Mi Abuelo, Antonio de Trueba. Autor: Manuel Fuentes Irurozqui. Ver TRUEBA con algunas filiaciones de este apellido, incluida la de Antón el de los Cantares. Transcripción de su conferencia
pronunciada el día 31 de mayo de 1968 en Bilbao. El texto de esta conferencia fue
publicado en un librito por la Diputación Foral de Bizkaia, en el año 1969. Los subrayados y
resaltados en las letras son cosa del que transcribe: Antonio Castejón García. www.euskalnet.net/laviana
maruri2004@euskalnet.net
puxaeuskadi@gmail.com
“Séame
permitido pronunciar unas palabras como prólogo. Palabras preliminares de
gratitud. Gratitud para quienes han hecho posible este acto y,
en particular, para el Ministerio de Información y Turismo y su Delegado en
Vizcaya, Sr. Zarzalejos; para el Instituto Nacional del Libro Español y su Director,
mi querido amigo el Ilustre Académico, Guillermo Díaz Plaja; para los
organizadores, editores y libreros de esta I Feria del Libro en Bilbao, y para
las autoridades de Vizcaya y, en especial al Presidente de la Diputación
Provincial, Fernando de Ybarra, Marqués de Arriluce de Ybarra, mi querido
amigo, quien nos preside. El
tema es para mí enormemente emotivo. Se trata de evocar a mi bisabuelo, ya que
aunque la Conferencia se titula Mi
abuelo, Antonio de Trueba, la palabra abuelo es denominación genérica para
todo antepasado de generación precedente a la de los padres. Hablo
por vez primera de un tema diferente al que me es habitual. Hasta ahora, he
pronunciado cientos de conferencias sobre cuestiones profesionales de tipo
económico. Esta es la primera, (o quizás la segunda) de carácter literario, que
tengo la oportunidad de exponer ante un público selecto como el de hoy, a quien
agradezco también su asistencia, y por ello, será bueno que se me disculpe si
no doy el tono exactamente conveniente. Y
con esto, vamos a empezar con Mi abuelo,
Antonio de Trueba. Mi nietecita Inés me da el nombre de "obito" castellano sin hueso que me suena muy bien. Con
estos versos el Poeta de las Encartaciones, Antonio de Trueba, saludó en 1886
el nacimiento de su primera nieta Inés lrurozqui de Trueba, mi madre,
justificación suficiente para que yo esté hoy aquí entre Vds., a fin de
intentar glosar la vida y actos de Antón
el de los Cantares, cuya figura relevante en la Literatura del País Vasco,
ha querido destacarse con oportunidad de celebrar Bilbao, por primera vez, una
Feria del Libro en su más céntrica Avenida. Aún
conoció Trueba a otro, al segundo de sus nietos, esta vez varón, mi tío Fernando,
a quien también, como no podía ser por menos, dedicó un versito: Aita, Aita, dos veces padre llama el eúskaro al
abuelo y en verdad que yo lo soy
desde que Dios me dió
nietos. La
vida de Antonio de Trueba, es, en sí misma, una inefable poesía, pues todos los
acontecimientos de su apretada e importante síntesis biográfica, se destacan
por ef1uvios poéticos de delicada ternura. Nace Trueba
en 1819 en las Encartaciones de
Vizcaya, territorio a caballo entre las Vascongadas y Santander, de cuya
provincia, por la aldeíta de Montilla, son oriundos los Trueba. Mi
bisabuelo Antonio, nace también
en una pequeña aldea denominada Montellano, del Concejo de Galdames, y nace
como hemos dicho, en 1819, bajo la evocación poética de Nochebuena, pues vino
al mundo 1819 años después de hacerlo en Belén nuestro Redentor: el 24 de
diciembre de 1819, hijo de Manuel de Trueba y de Marta de la Quintana, ésta sí, lo mismo que sus antepasados, Agustín
de Garay y Magdalena de Humara, procedentes todos de Montellano. De un
Montellano que es nombre equivocado: traducción al castellano de una palabra
eúskara, que por concordancias vizcaínas, quiere decir, no monte llano, sino
llanura en el monte: mendi-celaya,
porque la verdad es que en la aldea de Montellano no se da la figura
topográfica que debiera resultar de su nombre, sino justamente una pequeña
visera en la ladera de una colina, por lo que su auténtica denominación es la
original de Mendi-celaya, o llanura
en el monte. Poco
después de nacer Antonio de Trueba, sus padres, labrador él, y dueña de casa
ella, se trasladan a Santa Gadea, otra aldeíta próxima, perteneciente al
Concejo de Sopuerta. Difícil
es la nomenclatura y la división político-administrativa del País Vasco y, en
particular, del Señorío de Vizcaya y aún más explícitamente la de las
Encartaciones de Vizcaya. Estas se extienden en
la margen izquierda de la Ría, desde la desembocadura del Cadagua en el Río
Nervión, y hasta las estribaciones de los Montes Cántabros santanderinos. Sólo
tres Villas hay en el conjunto geográfico: la de Valmaseda, especie de gran
capital; Lanestona y Portugalete, erigido en centinela de acceso a Bilbao, por
camino fluvial. Hay también los Valles de Carranza, de Trucíos, de Arcentales,
de Gordejuela, de Santurce, de Sestao, San Salvador del Valle y Somorrostro, y
los Concejos de Galdames y de Sopuerta, escenarios de los primeros años de la
vida del poeta, y el de Zalla, un poco más hacia el Sudeste. El
conjunto se ofrece, sobre todo en aquella época en que la civilización todavía
no había transtornado fundamentalmente, la paz ancestral del medio rural, como
un vasto parque, con campos siempre verdes, esmerados cultivos, con cereales de
estío, entre ellos el maíz, base del pan de borona, y con frutales, como los
cerezos, los nogales o los castaños, salpicados de masas forestales de estos
castañares, de hayedos, o de robledales, y, entre unos y otros, cual blancas
palomas posadas en la tierra, alegres caseríos
blancos que, según el escritor, parecen, al estar agrupados, un rebaño de ovejas, cuyo pastor fuese el
campanario que se alza entre ellos. Las
casas, esparcidas, y sin orden, se componen de una planta baja, donde está el
hogar, en que se pasan las largas veladas, carentes de la luz que hoy todos
disponemos, con cuadras y heniles adosados, que dan calor a las habitaciones
superiores, en donde se encuentran los dormitorios, con amplios ventanales,
cerrados por maderas, que han configurado el que se denomina,
arquitectónicamente hoy, estilo vasco. En
el centro de estas Encartaciones surge una Cordillera que arrancando del Valle
de Somorrostro se dirige hacia el Sur, hasta tocar la ribera izquierda del
Cadagua, formando un arco inclinado al Oeste, por sus dos extremos, con los que
compone un a la manera de amoroso regazo, en que se asientan los Concejos de Galdames, donde
nació mi bisabuelo, y de Sopuerta,
donde pasó
los años de niñez y primera juventud. Esta es la Cordillera de
Triano. Algunos
han creído que Antonio de Trueba nació en 1821, pero lo cierto es que cuando se
ha profundizado algo más, se ha averiguado que este error puede surgir por
quitarse dos años, con ocasión de la Guerra Carlista, evitándose entrar en la
recluta. Hoy, para nadie ofrece duda su nacimiento el 24 de diciembre de 1819, siendo
bautizado por el Cura D. Francisco Hurtado de Sarachu, y estudiando en la
Escuela Pública de Sopuerta, a la que se trasladaba diariamente desde la
Barriada de Santa Gadea, más allá de la Colina de San Martín, siendo sus
maestros D. Tomás de Santa Coloma y D. José María de la Sagarmínaga. Desde
Santa Gadea se oían las campanas de la Iglesia de Montellano. Y al escucharlas,
al Angelus, todos los atardeceres, la montellanesa doña Marta de la Quintana
perdía la mirada en el vacío, con dirección al sonido de la esquila, y se le empañaban
los ojos en lágrimas, acordándose de su tierra natal. Con frecuencia, dice
Antón el de los Cantares, íbamos mi hermano (tuvo un hermano) y yo, unas veces
solos, otras acompañando a nuestra madre, a la aldea donde ésta y yo (lo cual
excluye al hermano) habíamos nacido. Antonio de
Trueba merodea por los campos que
cultiva su padre, y por los aledaños, estudia en la escuela, y completa la
corta instrucción con algunos libros religiosos,
como El Año Cristiano, el Catecismo del Padre Astete, el Don Quijote de la
Mancha y los Fueros de Vizcaya, que era el fondo de biblioteca habitual en una familia
aldeana vizcaína del primer tercio del siglo XIX. Pero
Antonio de Trueba era un ávido lector.
Papel, libro, documento que cayera en sus manos, lo leía y lo releía. A su
padre, que cuando iba a las Ferias y mercados para vender sus productos, le
preguntaba qué quería que le trajese, en lugar de juguetes, que todos los niños
solicitan, le pedía coplas o romances de ciegos, que D. Manuel de Trueba
adquiría en la Feria de San Andrés de Gordejuela, para ofrecer a su hijo. Familia cristiana
y eminentemente tradicional esta
de los Trueba, al punto que, pese a carecer de mayor cultura que la elemental,
el padre de Antonio jamás llevó a casa coplas contrarias a la moral, tal y
como él la entendía que, por cierto, era muy sana y sencillamente según
recuerda el propio Poeta en De Flor en
Flor. Pronto,
con la pubertad, se inicia en Trueba esa desazón que acompaña al tránsito desde
niño a adulto, y desborda su gran capacidad de ternura y la inmensa pasión
incontenida, en versos
y coplas que dedica a las
muchachas de su pueblo, muchas de las cuales conservaron en sus abanicos de
adolescente, una cuarteta o una quintilla de Antón el de los Cantares. No
en vano uno
de los más célebres versolaris copleros
de la época, había
sido su tío Manuel de la Quintana, hermano de su madre, al que
apodaban "el Vasco". Dice
Antonio de Trueba en Capítulos de un libro, que le parece estar viendo al "Vasco", tan diestro en
componer cantatas, que se pasaba horas y horas hablando en verso. Me
parece que le estoy viendo -dice Antonio de Trueba- con sus zapatos de hebilla,
sus polainas, calzón y chaqueta negros, su chaleco de tripé azul, su ceñidor
morado, su sombrero de ala levantada por detrás e inclinada por delante, y su
coleta gris peinada con mucho esmero. Así
transcurre la infancia y la primera juventud de Antonio de Trueba:
vida sencilla, muchas horas excedentes para pensar y pasear, afanes incumplidos
de perfeccionamiento cultural, y un deseo grande e incontenido por ver, saber,
conocer y poseer, pero poseer no riquezas, sino caudal de conocimientos, don
de sociabilidad y de acumular para un futuro de destino intemporal, dones que
le permitan acercarse a la Providencia. De esta
forma llega el año 1833, en el que estalla la Primera Guerra Carlista,
guerra civil que iba envolviendo y atrayendo e incorporando a los mozos en
edad y estado de manejar armas. Contaba Antonio de Trueba 14 años, y las
exigencias de la guerra llegaban ya hasta su reemplazo. Aquí es cuando se cambió la fecha de
nacimiento para perecer que, en
vez de 14, tenía solamente 12 años, porque Antonio de Trueba, tan sencillo y
tan sensible, era tímido y dulce, inundándose sus ojos de lágrimas ante la
dicha o la desgracia ajena, al punto que, según el mismo cuenta en los Cuentos
del Hogar, cuando mataban el cerdo que, anualmente como preludio de una gran
fiesta era y es aún costumbre se mate en los caseríos vizcaínos, él se
escapaba de la casa al próximo castañar, llorando y tapándose los oídos para no
oír los dolorosos gruñidos del animal condenado a muerte. Esta
sensibilidad, como la de la poesía, herencia de la línea materna,
hace precisamente que su madre, ante el temor de no poder sustraer por más
tiempo a su Antón del enrolamiento en uno u otro bando, entre el silbido de
balas de carlistas y cristinos, con la anuencia del padre, que había peleado en
la Guerra de la Independencia, de la que le quedaba nefando recuerdo, propuso
se vendiera la heredad para enviar al hijo a Madrid, librándose así
del alistamiento forzoso en que más pronto o más tarde, pero nunca demasiado,
hubiera caído este ilustre vascongado en sus Valles de las Encartaciones. De
esta manera, Antonio
de Trueba emprende el camino de Madrid en
una diligencia, cuyo recorrido se hacía en 10 días, presentándose, para servir
de dependiente en la ferretería que su pariente, D. José Vicente de la Quintana,
tenía en la calle de Toledo, 81, donde fue acogido con cariño, merced a esta
relación familiar, y a una carta del hermano del propietario, que era primo de la
madre de Trueba, y venerable Párroco de la aldea, Vicario
Eclesiástico de los contornos. Diez años
estuvo Antonio de Trueba tras el mostrador de una ferretería,
aunque no siempre en la misma, ya que la de la calle de Toledo, 81, fue cambiada
por otra en Esparteros, 11. Tres años vendió clavos y barrió la trastienda de
Toledo, 81, y siete años más estuvo, con un poquito más de rango, en
Esparteros, 11. Estos
años, coincidentes con los del cambio de muchacho a hombre, fueron enormemente
formativos para Trueba. Todas las noches había tertulia en el comedor de su
principal, a la luz de un quinqué que se encendía, lo mismo que el
velón de la tienda, a la salutación de alabado
sea Dios - por siempre sea alabado. Los dependientes se incorporaban a la
tertulia a las 10 de la noche en verano, a las nueve en invierno, tras cerrar
la tienda, pues entonces la jornada de ocho horas, o de 40 semanales no era
todavía conquista social de los tiempos. Poco después llegaba el dueño, que
había recorrido otras tiendas, hablando de negocios con sus compañeros de
trabajo, y se hacían comentarios de viva voz, o leyendo el periódico nocturno,
titulado El Castellano, bien que unas y otras noticias giraban siempre en torno
a la guerra civil, resultando siempre, de forma inexorable, que los cabecillas
habían huido en vergonzosa derrota. Madrid de 1830 a 1850 era
un gran pueblo, con características de centro rural, y
de corte burocrático, muy limitado en su extensión, y rodeado de preciosos
paseos y avenidas, de variadas fuentes, que solicitaban excursiones y otros
placeres sencillos, a los que se dedicaba nuestro dependiente de ferretería en
sus esparcimientos dominicales. De la calle de Toledo se asomaba por las
Vistillas para ver el Valle de Luche o la Fuente de la Teja, o la Ermita de la
Virgen del Puerto, la Montaña del Príncipe Pío, la Casa de Campo, San Antonio
de la Florida, y por el otro lado el Paseo de la Fuente Castellana y el Retiro. Antonio de Trueba
captaba, recogía el ambiente, era muy
dado a hablar con la gente con que se encontraba en sus paseos, en especial con la gente humilde, con
el labrador, con el pastor, con el mozo de mulas, y además añadió a sus propósitos
de liberarse de la guerra y ganar para su sustento y ayudar a los suyos, e ir a
Madrid, el de cultivarse, adquirir destreza para ver de expresar aún algo
indefinible que surgía en sus coplas, y cantares, pero que necesitaba expresar
con más amplitud y extensión, con el fin de sustraerse del bulle que le iba por
dentro. En total,
once años tras un mostrador durante el día, pero abriendo
por la noche la jaula del alma, y recogiendo ideas, plasmando paisajes y
digiriendo cuanto de grato encontraba por la vida en los días festivos y en sus
horas de esparcimiento. En 1845,
es decir, a
sus 26 años, dice adiós a la ferretería, y tras
haber adecuado su mente y cultivado su talento y destreza, leyendo autores
españoles del relieve de Zorrilla, Espronceda, Larra, el Duque de Rivas,
Ventura de la Vega, etc., se decidió a emprender, de manera directa y
definitiva, el
camino de las letras. Obtuvo un cargo de diez
reales en el Ayuntamiento, sosteniéndose tres años, gracias
al estímulo que le brindaban queridos compañeros de oficio, como Castro y
Serrano, Eguilaz, Arnao, Carlos de Pravia y otros. Pablo Piferrer le recomienda
la lectura de Joaquín Rubió (El Gaitero del Llobregat), revelándole esa
literatura un nuevo camino. Ya
no son sólo versos ni cuentos lo que escribe Trueba. Hace artículos y compone novelas,
y aún se dedica a traducir del catalán y del francés, encariñándose con el
periodismo, que complementa el parco ingreso que le proporciona el Municipio
madrileño, aunque no puede quejarse de éste, porque tampoco le absorbe
demasiado. Colaboró así, desde el año 1847 en la Revista Vascongada, que dirigen en Vitoria, Ayala y Manteli,
y luego en La Epoca, de Madrid,
desde 1849. Al fundar, en 1848, D. Manuel María de Santana La Correspondencia de España, llama a Trueba como redactor, a
propuesta de Castro y Serrano, y el periódico pasa de una tirada de 120
ejemplares autográficos a 25.000 tipográficos. Colabora también en el Semanario Pintoresco Español, en el Museo
Pintoresco, en el Museo Universal, y sobre todo en El Correo de la Moda, donde ven luz por
vez primera, sus Cuentos de Color de Rosa, sus Cuentos Campesinos, y sus Cuentos
Populares. Además
de esos Cuentos, había publicado ya algunas novelas y el Libro de los Cantares, que aparece en
1851 y que para 1865 iba por su
sexta edición en España y varias en el extranjero. Van
pasando los años, y entre el periodismo y el empleo municipal, Trueba cuenta
para sustentarse y para adquirir libros, principalmente de autores españoles,
y mejorar su cultura a términos tales que es
difícil encontrar un escritor de la época que tenga un mejor castellano y posea
una mayor variedad y vastedad de vocablos a utilizar en sus narraciones. En
1859, Antonio de Trueba cuenta 40 años, y aún permanece soltero, y lleva
también 23 años fuera del Valle natal, al que recuerda continuamente con
emoción superior a la normal, pues el cariño de Antonio de Trueba por el
paisaje y las costumbres vascongadas, traspone toda posibilidad, y bate cualquier
"record"; es casi morboso. Pero
por los caminos más inusitados, le llega también al solterón la hora de
claudicar, y elige entre las muchachas que conoce a la más dulce y humilde,
huérfana de padre y madre, con lo cual, una vez más, se pone de relieve el
sentimentalismo y la gran dosis de corazón que Antonio de Trueba ponía no sólo
en sus escritos, sino también en su propia vida, contrayendo matrimonio con Teresa Prado en
1859, y estableciendo como nido de amor una buhardilla de una casa,
entonces nueva, en la calle de Lope de Vega, 32, precisamente al lado de donde
tengo yo, hoy en día, mi oficina en la Organización Sindical. Antonio
de Trueba, no se casó antes por falta de oportunidad, y porque vivía en
extrema pobreza. El, sin embargo, honesto, cristiano, casto, era partidario
del matrimonio, según cuenta de manera terminante en uno de los Cuentos de Vivos y Muertos, donde… …presenta
en cierto pasaje a las puertas del Cielo, a dos hombres que acaban de morir. El
primero se había casado una vez, recibiéndole el Santo Portero de la siguiente
guisa: "Pues pase Vd. que basta esa penitencia para ganar el Cielo, por
gordos que sean los pecados que se hayan cometido". El
recibimiento del segundo es diferente: -¿Es Vd. casado o soltero? -Casado dos
veces a falta de una. -¿Dos
veces? -Sí, señor.
-Pues vaya
Vd. al Limbo, que en el Cielo no entran tontos como Vd. En
otra ocasión Antonio de Trueba dice que por más perrerías que se digan por ahí
del matrimonio, el matrimonio es cosa buena. Y si no que lo diga aquella frase
de Juan Palomo: ¡Ay del que vive solo en
el mundo, que sólo sus perros le llorarán cuando muera! . La
casita de Lope de Vega, 32, estaba totalmente desabastecida de muebles y de
adornos, pero una mañanita temprano, en primavera de 1859, Antonio de Trueba
sale de su nuevo hogar, y cuando volvió, tras la jornada continuada municipal, a
las dos de la tarde, salió a recibirle su compañera Teresa, radiante de
felicidad, y de alegría, porque a las diez de la mañana un carro cargado de
sencillos y hermosos muebles nuevos, había parado en la puerta de la casa.
Acompañando al carro iban unos jóvenes, quienes descargando los muebles los subieron
al último piso en sus hombros, y convertidos en alegres e inteligentes tapiceros
y carpinteros, colocaron la sillería en la salita, con el espejo y la consola;
sobre la consola un reloj y floreros de porcelana, y aún en estos floreros,
flores frescas de las que iban provistos: en el gabinete un velador y unas
butaquitas; en el escritorio un armarito para libros, la mesa y la escribanía;
en el comedor la mesa con tapete de hule y unas sillas; y en las alcobas las
mesitas de noche y los lavabos, que faltaban y donde quiera que era necesario,
campanillas con lindos llamadores de estambre, quedando así la habitación,
antes pobre, desolada, y no digamos triste, porque en ella habitaba el amor,
convertida en hermosa, riente y casi rica. Los
jóvenes que hicieron el obsequio y montaron el domicilio se llamaban: José de Castro y Serrano, Luis de Eguilaz,
Pedro Antonio de Alarcón, Carlos de Pravia, Eduardo Gasset, Antonio Arnao,
Mariano de Larra, Manuel Fernández Caballero, José Manu, Diego Luque de Beas,
y José Picón, casi todos tan pobres como Trueba, como los dueños de aquel
hogar, que habían llenado de júbilo y de ilusión, Dios sabe a costa de cuántos
sacrificios. Tras 23 años de madrileño, tras de
dedicarse al periodismo activo en los diarios de la Corte, tras sus contactos
editoriales con empresas de la capital, y relacionado con los hombres y los
ambientes literarios más destacados de la época, Antonio de Trueba seguía siendo
vasco, más bien "encartado",
de corazón, soñando cada día con volver a su tierra natal. El amor al hogar paterno y
al pequeño Valle nativo, fue para Antón el de
los Cantares, siempre
una pasión tan intensa, como si se quiere insensata, pero que marca
un matiz singular en el amor a la patria chica, que fue por encima de todas sus
cualidades notables, nota característica de este antepasado mío, a
quien aquí, hoy, justificadamente, acaso incluso si no hubiera otra, por esta
sola razón, rinde homenaje la I Feria del Libro en Vizcaya. En agosto de 1859, y por tres
meses, van
Antonio de Trueba y su reciente esposa Teresa Prado, casi en viaje
de novios a
las Encartaciones de Vizcaya. Regresan en diligencia todavía, porque
aún no funciona el ferrocarril. Para distraer los ocios de los diez días de
viaje, lleva consigo una edición completa de las obras de Fernán Cabál1ero. Su madre, doña Marta, había
muerto ya.
Antonio de Trueba tan sensible, tan similar en el
carácter al de su madre, no la volvió a ver, perdiéndola prácticamente desde los
14 años. Sigue viviendo su
padre, arruinado totalmente por la Guerra Carlista, su hermano, sus primos y parientes, de tal manera que, como él
mismo cuenta, en Sopuerta y en Galdames y, especialmente en Montellano, todos
los que se le acercaban eran hijos de familiares o de amigos íntimos. Aquellas
chicas del lugar que conservaron en sus abanicos cuartetas y quintillas de
Antón el de los Cantares, tienen hijas que reproducen fielmente las caras
sonrosadas, las trenzas de apretado pelo, y la jovialidad y belleza de la
juventud. Mofletes comparables a las manzanas de las manzanales de la aldea,
bocas que pueden confundirse con las cerezas y guindas de sus cerezales, hebras
de pelo similares a la mazorca del maíz que proporciona la borona, todas en
torno de él, conociendo su justificada fama de hombre que ha triunfado en
Madrid, le piden, con caras desconocidas, aunque recuerden otras de hace muchos
años, nuevos versos para sus abanicos, y coplas para sus "diarios". Regresan en octubre Trueba y
su esposa a Madrid,
a su casita madrileña de la calle Lope de Vega, y unos meses más tarde, en mayo de 1860,
el jueves, día de la Ascensión, les nace su única hija, la que iba a ser la única
descendiente del ilustre poeta y cuentista, a la que pusieron de nombre Ascensión,
con la circunstancia curiosa que durante los 80 años que vivió mi abuela,
ni una sola vez más volvió a ser jueves día de la Ascensión el 17 de mayo en
que ella nació. Ascensión Trueba y Prado, era tal y como
hubiera deseado una hija "Antón el
de los Cantares", una cabecita rubia, de ojos claros, revoltosa y
mala, que como él mismo dice en sus Cuentos de Vivos y Muertos, se hubiera roto
mil veces el bautismo, si el Ángel de la Guarda no la llevara de la mano. El
hogar enriquecido y decorado por manos generosas de los compañeros de letras, y
bendecido con la presencia de Ascensión, constituía un auténtico hogar feliz,
del que solamente las notas pesimistas las constituyeron las enfermedades de la
infancia de aquella criatura rubia, y un trance gravísimo de muerte en que se
encontró, de que da cuenta Antonio de Trueba en Leyendas de Begoña, a la que
encomendó, y merced a un milagro de la cual, en opinión del propio literato,
sobrevivió quien
había de ser un vínculo entre él, el pasado y nosotros, el que tiene el honor
de dirigiros la palabra al presente, pues esta Ascensión
de Trueba fue la hija única que, casada a los 26 años con Julián lrurozqui y Palacios, hizo que
llegue, a través de su hija mayor, mi condición de heredero emocionado de las
glorias del literato a quien hoy conmemoramos. Antonio de Trueba estuvo en
Madrid en los años 1860 y siguientes, muy situado en el mundillo
artístico-literario. Eran sus amigos: Pedro Antonio de Alarcón,
Antonio Arnao, Rafael María Baralt, Luis del Barco, Vicente Barrantes, Pedro
María Barrera, Juan Antonio de Biezma, Agustín Bonnat, Jerónimo Borao, Eduardo
Bustillo, Francisco de Paula Canalejas, Abelardo de Carlos, José de Castro y
Serrano, Gregorio Cruzada, Luis de Eguilaz, Amós de Escalante, José Fernández
Bremón, Manuel Fernández Caballero, Angel Fernández de los Ríos, Guillermo
Fortela, Eduardo Gasset y Artime, Cándido González Mendía, Miguel Guijarro,
Alonso Gullón, Juan Eugenio Harzembusch, Germán Hernández, Antonio Hurtado,
Luis Mariano de Larra, Miguel de Lecanda, Diego Luque de Beas, José Marín
Baldo, Fernando Martínez de Pedrosa, Tomás de Miguel, Manuel Murguía, Carlos
Navarro y Rodrigo, Julio Nombela, Gaspar Núñez de Arce, Nicomedes Pastor Díaz,
Hipólito Pérez Varela, Felipe Picatoste, José Picón, Carlos de Pravia, Carmelo
Puyol, Vicente W. Querol, Martín Redondo. Ramón Rodríguez Correa, Ventura Ruiz
de Aguilera, Manuel María de Santana, Eulogio Sanz, José Selgas y Manuel Villamil.
Parece que estamos recorriendo el capítulo de la historia literaria española de
la época. Algunos de estos amigos se hicieron tan célebres como Alarcón,
Hartzenbusch, Núñez de Arce, Pastor Díaz... Otros murieron jóvenes, como Carlos de
Pravia, que falleció en 1888, siendo Gobernador Civil de Baleares. Otros serían
más famosos en sus descendientes, como Gasset, que fundó El
Imparcial, pero le cupo la gloria de ser abuelo de D. José Ortega y Gasset. Otros fueron
editores, como Santana de La Correspondencia de España, y otros más
íntimos, -más próximos, como Eguilaz, auténtico cariño fraternal
para Trueba, José de Castro y Serrano, que tuvo tanto ·que ver en la orientación
de su vida, Carmelo Puyol, Diego Luque, o el poeta Arnao, a quien dice quiere
por su talento, pero todavía más por su bondad. Otras personalidades
admiradas por Trueba,
fueron, Alarcón, de quien decía que siempre escribía con los ojos empañados,
Fernán Caballero, amigo de los pobres de espíritu y de los ricos de corazón,
que tiene cabeza de hombre para pensar, y corazón de mujer para sentir. Y no es
que se tratase de ningún trasplante de órganos, sino que Fernán Caballero, era
el seudónimo de Cecilia Bohl de Faber. De los escritores
extranjeros Trueba
menciona con admiración a Hoffmann, Dickens, Poe, Chateaubriand, y los Hermanos
Grimm. Temporada,
la de su vuelta a Madrid, caracterizada por un trabajo profundo y continuado.
Antonio de Trueba no tenía de bohemio sino su renunciación por los bienes
materiales. Pero era ordenado y metódico en su trabajo, y trabajaba mucho. Antonio de Trueba, en su
madurez de los años 40, era alto,
con un esqueleto amplio, sin ser grueso, caminaba levemente inclinado hacia
adelante, tenía penetrantes ojos claros y pelo rubio prematuramente encanecido,
vistiendo con desaliño ropas arrugadas, y los bolsillos llenos de diversas
baratijas.
Era un gran fumador, vicio heredado
éste de un abuelo llamado Francisco, de quien se cuenta que… …sentía tal pasión por el tabaco, que como quiera que el Párroco
contase a unos cuantos convecinos, entre los que él se encontraba, las desdichas
del Patriarca Job, y todos se sintieran conmovidos por la extrema paciencia de
este Profeta, salvo Francisco, el Párroco le increpó, diciendo: -¿Es que a tí
no te conmueve? A lo que contestó el abuelo de nuestro biografiado: -Yo en teniendo tabaco también lo hubiera soportado, así que me
imagino que Job haría más o menos lo mismo. Cuando se le explicó que en aquella época del Santo Patriarca
de la paciencia, aún no se había inventado el tabaco, Francisco se echó a
llorar como los demás, pues comprendía que sin fumar no podían aguantarse las
pruebas a que Job fue sometido por el Señor. En
1892, un admirador, Miguel Rodríguez Ferrer, le ofreció, al pie del Monte
Arlabán, en Alava, una posesión donde pudiera vivir y escribir. Mucho
tentó a Trueba la vida en el campo. De él son estos conocidos versos: Una heredad en el monte y una casa en la heredad, en la casa pan y amor, Jesús qué felicidad. Pese a
estas tendencias campesinas, a este afán por volver a su Valle nativo, los
amigos madrileños le retuvieron, no fue al pie del Arlabán, pero la Asamblea
Vizcaína que se celebró en julio de 1862, recibió una presentación, defendida
por Cándido González de Mendía y D. Antonio de Arginzóniz, más tres mil
paisanos, que al pie del Arbol de Guernica solicitaron para el ilustre periodista y literato, el
puesto de Cronista y Archivero General del Señorío de Vizcaya. Ven,
le decían, a nuestras queridas montañas, que aquí tendrás pan y amor, sin las
tristezas del destierro. Trueba
agradece y renuncia, pero los Vocales de la Diputación D. Antonio López de la
Calle y D. Juan López de Jáuregui, insisten, y le deciden. El
corazón que siempre rigió en Trueba sobre la cabeza, y el amor por sus Valles
nativos, más la circunstancia de que su esposa carecía de parientes próximos en
Madrid, decidieron el retorno a Vizcaya y en 1872, a finales de año, se incorpora al Señorío como
Cronista, actuando desde los 43 hasta los 53 años de vida, que
considera los más felices de su existencia. Una casa armadora de Bilbao,
Sanginés Sobrinos, da en 1863, el nombre de "Trueba" al más fino de
sus bergantines. El
cronista recoge datos, recorre las provincias vasgongadas y navarras, se
relaciona con lo más prócer del país vasco, y prologa en 1864 el primer libro
de Pereda Escenas Montañesas. La revolución lleva de nuevo
a Trueba a Madrid,
Archivero y Cronista del Señorío de Vizcaya, quien lleva prendida en su alma
más de la mitad de una vida transcurrida en Castilla. Es un español íntegro que quiere a la Patria Chica, y a la Patria
Grande, y a ambas enaltece. Nunca se metió en política, y es más, abomina de
la política. La guerra civil, la segunda guerra carlista, desde 1873 a 1876,
le lleva de nuevo a Madrid, y de nuevo trabaja y se relaciona con los suyos. En 1876 regresa a Vizcaya, y
ya se queda aquí para siempre, como consecuencia, sobre todo, del gran
"infortunio" de la abolición de los Fueros Vascongados, lo que da pie
a una redacción de la historia del
Señorío de Vizcaya, que compone otro de los aspectos destacados de este
literato, que es asimismo un gran historiador, especializado en El Cid, en las Hijas del Cid, en las leyendas y tradiciones de Vizcaya, y especialmente redactor
del recurso, titulado Exposición dirigida a las Cortes de la Nación por las Diputaciones
de las Provincias Vascongadas en 16 de junio de 1876, y Recurso a S. M. el Rey
D. Alfonso XII por las tres Diputaciones Vascongadas contra la abolición de los
Fueros. También redacta un resumen histórico
de Bilbao, desde su fundación hasta 1887, y publica las leyendas
genealógicas de España, y el Compendio Histórico Descriptivo de las Nobles
Encartaciones de Vizcaya. Su Bosquejo de la Organización Social de Vizcaya, que
mereció la felicitación de Le Play es precursor de estudios socioe conómicos,
hoy tan en boga. En
1879 vive en Bilbao, y queda viudo en 1883, viviendo con su hija, y
después con su hija y su yerno, cuando Ascensión contrae matrimonio en 1885 con el Abogado,
Catedrático y Letrado, D. Julián de Irurozqui. Nace en 1886 en el mes de marzo, en la calle de María Muñoz, donde
habita el poeta con su hija y su yerno, la
primera nieta, mi madre: Doña Inés Irurozqui de
Trueba, que casó
en 1908 con Francisco Fuentes Ortega.
Del matrimonio hay tres hijos: Paco Fuentes Irurozqui, casado, que tiene tres
niñas y seis nietos. Pilar Fuentes Irurozqui. Manuel
Fuentes Irurozqui. Nace después el nieto mayor: Fernando, fallecido
soltero. Y no
conoce a los siguientes nietos: Juan, fallecido
soltero. Ramona Irurozqui de Trueba, que se casó con Ramón Huici Navaz. De su
matrimonio hubieron tres varones: Fernando Huizi Irurozqui, casado y tiene una
hija que a su vez se ha casado recientemente (de 1969). Juan Huizi Irurozqui, fallecido en la guerra
del 36. José
Miguel Huizi Irurozqui, fallecido poco
después de la guerra del 36. Rosa, fallecida
soltera. Antonio Irurozqui de Trueba, que es el único
hijo varón de mi abuela Ascensión, que ha dejado descendientes. Se casó en primeras nupcias con Rosa Gaitero y tuvo un hijo llamado: Julián
Antonio Irurozqui Gaitero, casado,
con una hija. En las
segundas nupcias, se casó Antonio con
Juanita López, teniendo otro hijo que se llama: Juan
Carlos Irurozqui López, soltero. …de los cuales subsisten hoy (año 1969),
Inés (mi madre) y Ramona, teniendo descendientes estas dos, y su nieto Antonio,
con dos hijos varones. En total los biznietos que tuvo
Trueba fueron ocho, de
los que vivimos seis (en 1969). Muere Trueba en 1889, el 10
de marzo,
en otra casa de Bilbao, en la calle de Ibáñez, a donde se había mudado el Catedrático
del Instituto, y Abogado de Derecho Marítimo, D. Julián Irurozqui, con su mujer Ascensión y sus dos primeros
hijos. Y
muere Trueba con el gran amor hacia Vizcaya incendiando su pecho, y el gran
patriotismo de español de primera categoría, que le hace ser querido y
respetado dentro y fuera de las fronteras y, en especial en Iberoamérica. La difusión de la obra de
Trueba por Iberoamérica, es realmente notable. Yo que he vivido cerca de
doce años en aquellos países, lo he comprobado directamente, ya que se siguen
leyendo los cuentos y narraciones, como lecturas de colegio y ediciones y más
ediciones, refundiciones y analogías aparecen continuamente. Este cariño de
Iberoamérica por Antonio de Trueba, es heredado de los vascos que residían
emigrados, especialmente en Chile, Argentina y Uruguay, los cuales, ya en vida
del poeta, hicieron una suscripción para
regalarle una casa. La suscripción, contada en reales, arrojó una suma de
18.000 pesetas, que llegaron tarde, pues Antonio Trueba, que conoció del
propósito y le ilusionó el cariño que le demostraban, murió antes de recibir
el importe de la suscripción. Entonces, el dinero tuvo otros destinos: con él
se editaron las Obras Completas de
Antonio de Trueba, que componen la llamada colección Irurozqui, recopilada
y prolongada por su yerno, mi abuelo
Julián, compuesta por siete tomos, parte de los que se imprimieron en
Bilbao, y otra parte en la Imprenta Villamarín, de Lugo, donde el Catedrático
Irurozqui había sido destinado para explicar "Psicología, Lógica, Etica y
rudimentos de Derecho", en el Instituto de Enseñanza Media de la ciudad
de San Froilán. La edición se hizo entre los años 98 y 1900, Y costó,
aproximadamente unas 6.000 pesetas. 10.000 más de las 18.000 de la suscripción,
las entregó la familia a la Diputación para complementar el pago del monumento
que se levanta en la Plaza de Albia, cuyo monumento, costó 15.000 pesetas la
escultura de Benlliure, cinco mil el pedestal, otras tantas aproximadamente el
fundir la estatua, y una cantidad menor, complementaría el enjardinado y
ornamentación. Por eso, no es broma cuando digo, y hoy lo digo aquí, delante
del Presidente de la Diputación, que una mitad del monumento a Trueba, o dos
tercios del coste de la obra de Benlliure, me pertenecen, porque fue de las
10.000 pesetas que dio la familia de donde realmente se pagó esa bella obra,
ornato de la Villa de Bilbao. Cualquier día vendré a llevarme medio banco y
creo que nadie tendrá derecho a reclamar. Muere,
además, como había vivido: con una copla en los labios y su
último verso grabado en la lápida de su sepultura, en San Vicente de Albia,
reza así: Dicen que
el cisne cuando muere canta, y hoy tanto
de mortal mi dolor tiene que acaso
es la del cisne mi garganta la voluntad
de Dios es justa y santa hágase en
mí Señor lo que ella ordene. Fin de la conferencia dada
en 1969 por Manuel Fuentes Irurozqui, tratando sobre su bisabuelo, de titulo Mi
abuelo, Antonio de Trueba. Transcripción de
Antonio Castejón. Los coloreados y los
resaltados son cosa mía. Antonio Castejón. maruri2004@euskalnet.net puxaeuskadi@gmail.com www.euskalnet.net/laviana
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