Predicción fallida de Palacio Valdés. Escribe A. Castejón. Palacio Valdés en su «Album de un Viejo». Dice así: «El sentido moral (...) es la razón misma del Universo, que por causas morales y para fines morales fue creado. Un rostro benévolo y risueño, decía un filósofo, es el fin de la creación. Es el substrato de la civilización. Esta puede progresar cuanto se quiera, mas si falta en ella el principio moral se derrumbará cual si fuese de barro. La inteligencia no es motor, sino testigo. No distinguimos a los hombres por su inteligencia, sino por su bondad. La moral es la felicidad; por sí solo, el sentido moral puede darnos la paz y la alegría. Ni la ciencia ni el arte son capaces de darlas. (...) El poeta Goethe, confesaba al fin de su vida que no había sido feliz. Un campesino, si vive en caridad, puede serlo. Pero si el sentido moral, esto es, la caridad, el amor, es lo que más interesa al género humano por ser su único fin sobre la tierra, no es bastante, como debe suponerse, que se halle concentrado en grado eminente en algunos individuos que llamamos santos. Nuestro anhelo es que se halle esparcido con mayor o menor eficacia entre los humanos. Al difundirse el Cristianismo, quedó Asia pagana y la Europa se llamó cristiana. Pero ¿ha sido la Europa en realidad cristiana? La historia de la Edad Media testifica lo contrario. ¡Qué guerras incesantes, cuánta barbarie, cuánta crueldad, cuán desfiguradas y traicionadas las palabras de Cristo! Una imagen del Crucificado presidiendo las torturas en los calabozos de la lnquisición. Es verdad que el Asia budista nos parece más cristiana (...)” Y termina esta divagación don Armando definiendo un venturoso presente (años 1932-1933). Tengamos en consideración, antes de leer el último párrafo, que este «Album de un viejo» —que junto a la «Novela de un novelista» son mis obras preferidas, de nuestro paisano— dice el autor haberlo «dado a la estampa» cuando «tengo 82 años». Él cumplió tal edad el 4 de octubre de 1935, luego suponemos habrá sido escrito en los años 1933-1934. Concluía así don Armando: “No obstante, las palabras de Cristo, como una semilla que estuviese largo tiempo sepultada en la tierra, comienza a germinar. En nuestro mundo los hombres se respetan algo más unos a otros, la beneficencia se difunde en numerosas instituciones, las guerras son menos frecuentes y crueles, ya no se degüella a los prisioneros, el sentido moral se va abriendo paso. No brotarán santos como antiguamente. No los necesitamos. Nos bastan los hombres pacíficos, cultos, honrados y caritativos. Esta será la verdadera aurora del cristianismo”. Pronto llegaría Octubre del 34 y Julio del 36, y la represión de postguerra, y el 39 con su conflicto mundial, y la bomba atómica... De nuevo, como en la Edad Media, “iQué guerras incesantes, cuánta barbarie, cuánta crueldad, cuán desfiguradas y traicionadas las palabras de Cristo!». De nuevo «una imagen del Crucificado presidiendo las torturas en los calabozos!» De nuevo los países llamados cristianos utilizando el nombre de Cristo para justificar guerras y atrocidades sin fin.
«La conversación» según don Armando Palacio Valdés.
En su «Album de un Viejo» reflexionaba Palacio Valdés sobre la Conversación. Escribía esto sobre el año 1934... «Nuestras conversaciones suelen ser tan frívolas, tan estériles, que después de conversar un rato al encontrarnos solos nos avergonzamos de nosotros mismos. Sin embargo toda conversación, aunque frívola, es un tónico. La razón de esto consiste en que la proximidad de nuestros semejantes, de cualquier modo que se efectúe, nos es necesaria.» Anoto. “La proximidad de nuestros semejantes» nos es necesaria”. Y ¡tan normal es hoy, al menos en medianas o grandes ciudades, el partir de casa, tomar el ascensor, salir a la calle, toparse con vecinos y, a lo máximo y no siempre, limitarse a un frío hola/buenos días!. ¡Cuánta soledad en personas que viven rodeadas por centenares de congéneres, entre ellos, a veces, sus propios padres, hermanos, cónyuges, hijos...! Vivimos apiñados, amontonados en grandes edificios, dentro de grandes urbes... y son/somos muchos quienes no tienen/tenemos “ningún semejante próximo» que dé calor al alma. “No es bueno que el hombre esté solo”, ha pronunciado la Eterna Sabiduría. Cuando nos reunimos –sigue diciendo Palacio Valdés- con nuestros amigos, lo que decimos tiene menos importancia que lo que no decimos. Sobre nuestra insulsa conversación flota el encanto espiritual que nos mantiene unidos. En una tertulia todos comprendemos que las palabras poco o nada significan; lo que tiene supremo valor y lo que irradia en los ojos de todos es el placer de hallarnos reunidos. Las palabras suelen ser malas o buenas, pero no nos engañan. Las almas se comunican con las almas sin necesidad de la lengua. Todos sabemos lo que piensas cual sí llevases la frente de cristal, y a pesar de tu disfraz no hay transeúnte que no te reconozca.” «Cuando los hombres nos juntamos todos actuamos de jueces y todos somos juzgados. En la tertulia de un café a la cual asistía de joven había un camarada tan desagradable, tan procaz de lengua y violento de modales, que a primera vista parecía imposible que le pudiéramos sufrir. Sin embargo era el más querido de todos. Durante uno de sus habituales y ruidosos arranques, me dijo al oído el compañero que tenía a mi lado, volviendo del revés el refrán: “Este X, no tiene palabra buena ni obra mala”.” “Aunque las palabras nos disfracen tan frecuentemente, es dulce siempre la conversación con nuestros semejantes. Para los disgustos y trabajos es un tónico, a veces, una feliz embriaguez. Un rato de charla frívola nos sirve de reposo.” Anoto. Son muchas las personas cercanas a nosotros que ansían tal tónico. Es caridad básica el ofrecérselo. Amor al prójimo es la esencia de la doctrina cristiana por la que decimos regirnos, y es, al tiempo, la que menos practicamos. Y ¡es tan fácil pararse unos minutos a escuchar a un solitario; dejarle que nos cuente una vez más sus sabidas cuitas, sus recuerdos de cuando era joven..., sus batallitas de abuelo! Está bien que nos preocupemos de los pobres del tercer mundo, del Asia, Africa... pero ¿no es más cristiano, más humano, el atender antes a quienes nos rodean? Y no se trata de darles dádivas pecuniarias, sino tan sólo de escucharles unos minutos.
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