JOSÉ "BECKER", padre de Gustavo Adolfo. Ver genealogía en BECQUER.
Artista muy estimable, olvidado debido a
la inmensa popularidad (post mortem) de su hijo Gustavo Adolfo.
Texto copiado de “Bécquer, leyenda y realidad”, obra
de Robert Pageard.
Vive
en el hogar una persona importante: el primo Joaquín Domínguez Bécquer, nacido el 25 de septiembre de 1817, al
que los niños llaman siempre «tío». Joaquín está bajo la autoridad de José, que
le lleva doce años y de quien sigue el ejemplo y los consejos en el arte de la
pintura.
El
hogar vive en la prosperidad merced al trabajo y a las iniciativas de José
Bécquer. Se alcanza un nivel de vida que permite tener caballo y coche
(Montoto). Su actividad abarca el
dibujo, las varias técnicas de la pintura al agua, la pintura al óleo.
Trabaja por encargo o en consideración a las preferencias de la clientela
potencial, presenta cuadros en las exposiciones locales, dibuja para
colecciones de grabados. Además da
clases. Parece que se equilibran los ingresos de la creación y de la enseñanza.
Formado
en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, de la que era el discípulo más
notable en 1830 según indica Ossorio y Bernard, José Bécquer alcanza a su vez la notoriedad de un maestro cuya
dirección se solicita cada vez más y acaba por hacerse cara; entre 1838 y 1841,
abonan los alumnos entre 60 y 80 reales al mes, cantidad elevada para la época.
Algunos discípulos se admitían gratuitamente en el taller; tal fue el caso de Manuela Monnehay y de Eduardo Cano, quien se hizo célebre más
tarde por sus vastas composiciones históricas y se benefició también de la
enseñanza de Joaquín.
Siguiendo
las huellas de José, Joaquín Domínguez
Bécquer frecuentó las clases de la Academia de Nobles Artes de Sevilla (que
comprendía sin duda la Escuela de Bellas Artes de que habla Ossorio); pero,
según Fabié, su primo fue su verdadero maestro.
No es
únicamente José Bécquer un artista de talento; también vale como atento hombre de negocios. Sus miras van hacia
una rica clientela extranjera, especialmente la de los aficionados ingleses.
Trata en Cádiz con un corredor exportador, José Mesas. Él mismo hace el papel
de intermediario; se le ve encargando obras a Joaquín -sitios, edificios,
personas- para revenderlas, a veces retocadas o completadas, a particulares,
con un beneficio sustancial. Sus relaciones, algo agitadas, con el Colegio de
Sevilla nos proporcionan otro indicio del interés con que José Bécquer vigilaba
sus negocios. Encargado de la clase de
dibujo y pintura a partir del 23 de mayo de 1839, dimitió en septiembre del
mismo año por considerar que el colegio no había respetado las cláusulas del
convenio; sin embargo, volvió a la dirección de la clase de dibujo el 16 de
noviembre de 1840.
Fue
José Bécquer uno de los fundadores del
Liceo Sevillano. A partir de 1837 participó en la exposición anual
organizada por esta sociedad y regaló varios lienzos para la rifa que, a
finales de 1839 o principios de 1840, promovió el Liceo con objeto de aliviar
la suerte del pintor Antonio María
Esquivel, afligido por una enfermedad de la vista. Este artista era un
amigo personal de José Bécquer; había sido testigo en su matrimonio; le hospedaban
los Bécquer cuando, llegando de Madrid, venía a pasar una temporada en Sevilla;
participaba también en las exposiciones del Liceo Sevillano.
Se
conocen de José Bécquer por lo menos siete
retratos ejecutados por encargo. Santiago Montoto enumera seis de ellos,
entre los cuales aparece el de Vicente Casajús, importante colaborador si no
empresario del Álbum Sevillano (1838-1840). Ossorio y Bernard menciona el del
general González Villalobos. A estos retratos de salón hay que añadir varios
retratos callejeros o de fantasía: Dos mujeres a la entrada de un templo
(cuadro que se encontraba en Valencia hacia 1880), La cigarrera, un Ciego vendiendo
diarios (al óleo, salón del Liceo Sevillano de 1838), otro ciego y un caballero
escocés (a la aguada, en el mismo salón).
Pero José Bécquer es principalmente
conocido como «pintor de género». La «pintura de género» es una
designación vaga que se aplica a las escenas de costumbres, asuntos
clasificados como menores durante largo tiempo. La obra maestra reconocida de
José Bécquer en esta categoría es La
feria de Santiponce, cuadro que se presentó en una exposición del Liceo
Sevillano. Se hace también mención de El columpio, presentado en la
exposición del Liceo Sevillano de 1839 y que se hallaba en 1866 en la colección
del duque de Montpensier, para quien Joaquín D. Bécquer era un valioso
consejero artístico; de El bautizo -también presentado en
1839-, y de un último cuadro de costumbres, expuesto en 1841, que la Revista
Andaluza calificó entonces de «sobresaliente».
También se interesa José Bécquer por los
paisajes, sitios y monumentos, pero tal vez en menor grado que Joaquín.
En su álbum de bocetos, encontramos una delicada vista de una curva del
Guadalquivir con el convento de San Jerónimo al fondo. Un cuadro que
representaba este convento había sido encargado a Joaquín, pero el pedido no
llegó a buen fin. José presentó en el Liceo unas Vistas de la catedral; se
nota que también pintaba Joaquín tales vistas; José le compró a su primo por
250 reales una Vista de la torre de la catedral y de parte del edificio desde
la calle Placentines que revendió a un inglés por 480 reales.
Consta
que José Bécquer desarrolló enorme
actividad entre 1837 y su muerte. Esta actividad emparejaba con las
esperanzas que su talento iba suscitando. Le valieron elogios las numerosas
obras que dio a conocer en el salón del Liceo Sevillano de 1838. En el mismo
año, José Musso y Valiente, colaborador de la revista madrileña El Liceo Artlstico y Literario, buen
conocedor de Sevilla, llamó la atención en dicha revista sobre la estima de que
gozaba José Bécquer en la capital de Andalucía, principalmente por sus
«cuadritos de costumbres», y le incitó a que mandase a Madrid algunas muestras
de su ingenio. Poco después de la muerte del artista, La Revista Andaluza, al
emitir un juicio sobre las dos obras presentadas en el salón del Liceo
Sevillano de 1841, recordó que era
inimitable en las escenas de costumbres, y estimuló al Liceo para que
organizara un acto destinado a honrar la memoria del difunto.
Se
refiere una vez José Amador de los Ríos al encanto de las escenas de costumbres
y a la forma adquirida por el pintor cuando, en su Sevilla pintoresca (1844),
hace mención de cuatro «cuadritos» conservados en la galería de Jorge Díez
Martínez.
Gran
número de obras de José Bécquer salieron para el extranjero, especialmente para
Inglaterra. A esta dispersión debe atribuirse sin duda la falta, que persiste
hoy, de un estudio de conjunto sobre este casi olvidado maestro fallecido a la
edad de treinta y seis años.
De las
obras de José Bécquer sólo he podido ver las láminas de La Es¬paña artística y
monumental, los dibujos del cuaderno de bocetos repro¬ducidos por Rica Brown y
por Rafael Montesinos, así como la reproducción del retrato de J oaquina
Bastida incluida en los libros de estos dos investi¬gadores, y cuyo original se
conserva en el Museo Provincial de Sevilla.
Se nos
aparece primero José Bécquer como un delicado
dibujante, especialmente dotado para fijar la vida de los rostros y la de
los cuerpos en movimiento. Su segunda característica es el interés que manifiesta para los juegos de luz y sombra, en
particular para esa luz que anega los planos lejanos. Por fin, traduce con
excelencia el ambiente de las multitudes, reuniones y ceremonias; naturalidad y
viveza se manifiestan en todos los pormenores de tales obras; en esta materia no le igualará su hijo
Valeriano.
Nadie
habla de cualidades de colorista en José Bécquer. Su afición a las aguadas y
acuarelas me inclina a pensar que era partidario de los colores ligeros,
velozmente aplicados, lo que suele tener el efecto de conservar a la obra su
movimiento.
Me parece ser Gustavo Adolfo
Bécquer en literatura lo que fue su padre en pintura: en primer lugar,
un artista del movimiento, de la luz, de la gracia, de la ligereza, del ademán
breve y vivo. Su arte de dibujante se relaciona con el de José Bécquer por el
predominio de la figura y del gesto, pero se diferencia por una acostumbrada
huida al mundo de la fantasía personal.
El
éxito de José Bécquer podía difícilmente igualarse en la evocación de esa
popular vida andaluza cuya rápida alteración habrá de deplorar Gustavo Adolfo.
De allí, sin duda, procede en gran parte la orientación de sus hijos hacia
otros horizontes.
Antonio Castejón. maruri2004@euskalnet.net puxaeuskadi@gmail.com www.euskalnet.net/laviana
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