AVENTURAS DEL TÍO PEPE, maestro nacional en Gipuzkoa en el año 1936
Introducción y Transcripción:
Antonio Castejón: puxaeuskadi@gmail.com www.euskalnet.net/laviana
Un
Maestro Nacional –el Tío Pepe-, temeroso de verse condenado a muerte por los
fascistas, escribe, a fin de salir con vida, un descargo en que llega a serviles afirmaciones…
No
conviene juzgar sus palabras olvidando las circunstancias…
¿Era
sincero o se limitaba a intentar salvarse del paredón?
Lo
cierto es que, en su afán de salvar la vida, escribe en forma poco creíble:
Todo lo de los Franquistas e Iglesia se describe con exageradas, pueriles, serviles,
vergonzosas alabanzas… Y lo relativo al bando republicano está lleno de frases
despectivas igualmente exageradas…
Del tío Pepe tenemos dos documentos:
Uno, el principal, cuya redacción comienza "en el
calabozo" de Beasaín y es firmado al final en Mondragón a dos de diciembre
de 1936.
Otro, relativo a su actuación como
maestro en
Machinventa, firmado en Beasaín a tres de noviembre de mil novecientos treinta
y seis.
Cómo pensamiento previo a estos relatos del Tío Pepe, parecen
propicios estos versos del poeta carbayón –de familia de maestros como el tío
Pepe - Ángel González Muñiz:
"Hoy
voy a describir el campo de batalla tal como yo lo vi, una vez decidida
la
suerte de los hombres que lucharon muchos hasta morir,
La exposición -"el descargo"- del Tío Pepe está firmada en Mondragón a dos de
diciembre de 1936, aunque comienza diciendo que escribe desde el calabozo, en
Beasain, en el que estuvo durante 17 días a partir del 21 de octubre.
El día 30 de agosto de 1936 parte el Tío
Pepe hacia Oviedo (iba a Vetusta porque allí
vivían sus padres y hermanos) desde Donostia, donde queda su esposa, embarazada
de ocho meses largos, hecho que nunca menciona Pepe en su relato, aunque
indirectamente demuestra saberlo cuando dice había prometido a su esposa
"llegar para el día 15 a San Sebastián". A tal fecha 30 de agosto,
tanto Gipuzkoa como Asturias eran aún republicanos.
He aquí la ruta, con paradas, de Pepe:
Ida: Donostia, Bilbao, Torrelavega,
Infiesto, Pola de Laviana, Gijón, El Berrón, Noreña, Meres, Noreña.
Regreso: Noreña, Llanes, Torrelavega, Bilbao,
Francia, Pamplona, Donostia y Beasaín.
Llega a Bilbao el 14 de septiembre de 1936, y sale de allí
el 3 de octubre
En Bilbao estuvo Pepe - a su regreso- desde el día 14 de
septiembre hasta la madrugada del tres de octubre, en que partió en barco rumbo
a Francia.
Hechos acaecidos en este período (30
de agosto al 3 de octubre del 36) de los
que no supo él:
Él no supo entonces que el día 22 de tal mes nacía
su hija, en Donostia.
Tampoco supo entonces que el 13 de septiembre, uno
antes de su entrada en Bilbao, había sido tomada por los franquistas Donostia,
ciudad que había sido evacuada días antes por casi un 50 % de su población.
Entre los evacuados no podía hallarse la esposa de Pepe, que estaba a punto de
dar a luz. Publicado -a este respecto- en el diario UNIDAD de Donosti, el
6-X-1936: "Según datos del padrón
municipal, en Donosti vivían 85510 personas al 1 de enero de 1935, y al ser
ocupada la ciudad, el 13 de septiembre de 1936, había en la misma 46.038
personas. Conclusión: había huido un 47 % de la población". Su hija nació
el 22-9-36 en la calle Usandizaga, en la que -en conjunto con las calles Ramón María
Lili y Peña y Goñi- a enero de 1935 vivían 2735 personas, y al entrar las
tropas de Franco 1365.
El 18 de septiembre los aviones dejaron caer sobre Bilbao
octavillas firmadas por Mola, comunicando la caída de Irún y San Sebastián.
El 25 Bilbao fue bombardeado durante hora y media. Apenas finalizado
éste, los tripulantes del acorazado republicano Jaime I, que, como Pepe dice,
estaba anclado en el puerto bilbaíno, asaltaron los buques prisión Cabo
Quilates y Altunamendi, asesinando a 39 presos.
Uno de Octubre. Franco es Caudillo, y se concede la
Autonomía a Euzkadi. Seis días antes, al haberse aprobado ya ésta, los
nacionalista lanzan a sus gudaris a la batalla (hasta entonces no lo habían
hecho). A partir de ese momento, en la práctica había dos ejércitos luchando
contra los rebeldes en Bizkaia: el que defendía la república, y el del PNV, que
luchaba por la ikurriña y la independencia. El día 7 de noviembre, con Pepe ya
fuera de Bilbao, se presentó el ejército del PNV en la villa, en brillante
desfile.
El tío Pepe era sospechoso –para los sublevados franquistas-,
entre otras cosas, de ser Maestro Izquierdista. Este de los Maestros de Izquierdas
"que habían quitado el crucifijo de
las escuelas", fue tema al que dieron mucha importancia los curas y
generales desde el mismo 18 de julio. Muchos fueron los perseguidos y fusilados
por tal motivo.
He aquí uno de tantos documentos de los rebeldes al respecto.
31 de agosto
de 1936.
Circular de la
Junta Carlista de Guerra.
Archivo
Municipal de Oyarzun; Libro de Actas de 1936, fol.I22v.-123r.
La finalidad
principal del movimiento iniciado por el Ejército y las fuerzas más sanas de la
nación consiste en sustituir totalmente el espíritu que inspira el organismo
del Estado. Este va a ser modificado fundamentalmente, de la raíz a la cúspide,
animándolo con los principios que constituyen el genio de España.- Palanca
esencial para esta obra de transformación del espíritu español es la enseñanza que, por
consiguiente, ha de ser en lo sucesivo fundamentalmente católica y
netamente españolista sin paliativos, sin remilgos
de ninguna dase.- Las autoridades representativas de este movimiento dedicarán
especialísima atención a la enseñanza, conscientes de la decisiva importancia
que ella tiene cara a la formación del espíritu de la nueva España. Cuantos
obstáculos dificulten este sentido, claro y rotundo, que se quiere dar a la
formación de las nuevas generaciones serán apartados inexorablemente. Nadie
piense en claudicación ni en desidia sobre esta cuestión. Los maestros
instructores han de incorporarse resueltamente a esta obra o serán apartados de
sus cargos inmediatamente. Una persistente y
rigurosa inspección se establece sobre los centros de enseñanza y ella
aquilatará hasta qué punto se cumplen estas instrucciones y el grado de celo y
de buena voluntad que cada maestro pone en esta labor nacional. Espero de VE.
sabrá darse cuenta de toda la importancia que esta Junta atribuye a la presente
circular y que pondrá especialísimo empeño en que su contenido tenga puntual
cumplimiento en ese pueblo.
1. - Se constituirá en cada
pueblo consejo local de la Enseñanza substituyendo
las personas de significación política afecta al Frente Popular por otras adheridas al movimiento salvador de España y se
dará entrada en la misma obligatoriamente al Sr. Cura Párroco de la localidad.
2.- El día 15 de septiembre se celebrará con la mayor solemnidad
posible en las escuelas públicas la inauguración del curso con la asistencia de
la Junta Local de Instrucción procurando con la ceremonia hacer ver a los
alumnos que una nueva era empieza en España inspirada en los principios de la
Religión Católica y en los de un nacionalismo españolista fervoroso.
3. - La bandera española ondeará obligatoriamente en la
fachada principal de todas las escuelas y centros de enseñanza, tanto públicos
como privados. El Crucifijo presidirá todos los locales
destinados a las clases y habrá grandes mapas de España.
Etcétera,
etcétera ... Firmado en Tolosa a la temprana fecha de 31 de agosto de 1936 por
la Junta Carlista de Guerra de Guipúzcoa.
En Llanes, ya franquista, fusilaban a Maestros en el
37… He aquí la
carta de uno de éstos, que dejaba esposa y cuatro hijos:
"Querida esposa e hijos: En este día 26 de noviembre de este año
1937, contando las horas angustiosas que la inquietud nos ofrece, quiero
rendirte el tributo de mi sincero y leal cariño. Yo no sé si será el último
testimonio de este íntimo sentimiento que te expreso en estas líneas; no puedo
creerlo aunque la fiebre de mi estado afectivo me obliga con una insistencia
cruel a admitirlo como una posibilidad. Mi conciencia me afirma en la
convicción de que soy inocente. Sólo encuentro en el bosquejo de mi ejecutoria
el hecho visible y bien probado del bien para todos. A nadie quise mal; he
procurado siempre no conocer un enemigo y en esta firme confianza, en la
seguridad de que no tenía ninguno he vivido tranquilo; todos los que me conocen
saben cuál es mi temperamento; por condición innata soy apacible; he huido de
todas las contiendas en que las pasiones se exaltan y en esta disposición he
vivido satisfecho porque me creía rodeado de la cordialidad de todos ... "
Y
volvemos al Tío Pepe, que en su defensa ante la persecución de los franquistas
decía así (ante la amenaza de una pena de muerte)…
VIAJE POR LA COSTA CANTÁBRICA EN PODER
DE LOS ROJOS.
(A propósito y desde la iniciación del
Movimiento Nacional).
I.- De mi ideario. Datos importantes para
este relato
Escribo desde la
hedionda lobreguez de un inmundo calabozo, en el que estoy en calidad de
detenido ... ¡por sospechoso de ideas izquierdistas!. .. Antes de relatar la
complicada serie de circunstancias que me han traído esto amargos días, quiero
hacer constar que tengo la esperanza de que se esclarezca y defina mi verdadera
posición política y, al mismo tiempo, creo con firmeza que la Justicia y el
buen nombre que dignifican a las Autoridades del Glorioso Ejército Español
sabrán reconocer no sólo mi inculpabilidad, sino también mi adhesión a la España Blanca
siempre, y especialmente desde los comienzos del Movimiento Nacional.
Triste
paradoja es haber tenido hasta hoy los sentimientos más españolistas, y verme
preso (¡por única vez en mi vida!) precisamente dentro de los dominios de la
verdadera España.
Cuando yo viví
largos y horribles días en poder de los anarco-marxistas de las Costa Cantábrica
me hubiera parecido perfectamente natural que aquéllos, conceptuándome
derechista, me apresasen. Por esto me causa gran pena que los buenos patriotas,
con quienes estoy en alma y cuerpo, me reciban, después de mi laboriosa fuga de
Bilbao, metiéndome dentro de una cárcel. ..
En
legítima defensa, y antes con miras a mi rehabilitación moral que no a la
material, referiré todas mis actividades, detallando, sobre todo, desde el 18
de julio:
Utilizando el
permiso de vacaciones, salí de Beasaín tres días antes de la fecha arriba
citada llegando a San Sebastián, donde reside la familia de mi esposa, gente honorable y conocida
que no considero oportuno reseñar. Yo soy nacido en la capital de Asturias,
donde he pasado gran parte de mi vida: allí está el resto de mi familia. Mi padre, empleado en un
establecimiento bancario de Oviedo, hasta la edad madura era entusiasta del
Tradicionalismo. El pasado año falleció mi
hermano Carlos-Jaime, que era el mayor y fue seminarista; en cierta ocasión
recuerdo que mi padre le obsequió con un precioso reloj con la efigie de Don
Jaime de Borbón grabada en colores. Después, mi padre simpatizó con la
C.E.D.A., habiendo sido siempre ferviente admirador de los Reyes, Dato, Mella,
Primo de Rivera, Gil Robles, Calvo Sotelo, Ladreda, etc. En nuestra casa de
Oviedo estuvimos suscritos a "El Correo Español", "El
Fusil", "El Carbayón" y "Región", adquiriendo
constantemente "A.B.C.", "Gracia y Justicia" y "El
Debate". Yo mismo, tengo en Oviedo algún número de "F. E.",
adquirido, con bastante exposición, en Madrid (lo peor del caso es que ahora sé
que, con nuestra casa, han sido destruidos en Oviedo todos mis enseres y
libros!). Como germanófilo entusiasta,
mi padre recibió un día contestación del propio "kronprinz" a una de
las felicitaciones que nosotros enviamos a Berlín. Yo, casi un niño entonces,
discutía acaloradamente con mis amigos acerca de la Guerra Europea 1914-18, y
el resultado de esta conflagración me produjo gran tristeza. Mis padres, a quienes venero, siempre
han sido ejemplares católicos e igualmente mi
hermana, habiendo pertenecido a diversas Cofradías. Yo, viviendo desde
pequeño en este sano ambiente, en el que cristianamente se me educó, considero
que es imposible que haya sido ni pueda ser nunca partidario de las Izquierdas.
En mi niñez fui cantor del Catecismo
de Oviedo y en mi juventud, siempre, católico. Esto lo sabe todo el Magisterio
de Asturias, de donde vine a Guipúzcoa en enero de este año de 1936. Procedía de CORAO, pueblecito donde
estuve como Maestro: está situado a siete kms. de Covadonga (solicitado
expresamente por mi) y, donde, mejor que en el País Vasco podrían demostrarse
mis verdaderas ideas; precisamente he sabido que, como ahora mandan los rojos
allí, fusilaron a varios de mis amigos,
habiendo destituido o apresado a otros. Esto no obsta para que en Beasaín haya
tenido yo conocidos de ideas distintas, pues acostumbro a hablar poco de
política: por esto me desagradaban las discusiones, casi siempre violentas, con
individuos de Izquierdas. De nuestra intervención en elecciones puedo afirmar
rotundamente que mis familiares SIEMPRE han votado a favor de las Derechas; yo,
en Asturias voté últimamente para los Diputados de Acción (Popular o) Nacional.
En la votación del 16 de febrero último no he tomado parte, pues llevaba aquí
muy poco tiempo de vecindad. Además nunca he pertenecido a ninguna Asociación
ni Agrupación política de Izquierdas, como puedo demostrar.
II.- En San Sebastián al iniciarse el
Movimiento Nacional.
Hallándome en la capital de Guipúzcoa el 18 de julio me causó grande alegría nuestro glorioso
levantamiento contra los anti-españoles, así como antes me había producido
terrible sorpresa y honda pena el inicuo y cobarde asesinato de aquel gran
hombre bueno y sabio que se llamó Calvo Sotelo. Desde los primeros momentos de
esta contienda estuve completamente identificado con el glorioso Ejército
Salvador de la Patria y si no tomé las armas, como era mi deseo, débese a la
imposibilidad material de hacerlo. Durante los primeros días, cuando en San
Sebastián mandaba únicamente la pistola del forajido y el más encanallado de
los bandolerismos permanecí, con mi mujer, encerrado en casa de mis padres
políticos, lamentando constantemente las atrocidades que cometieron las hordas
marxistas con un puñado de mártires, que todos conocemos ya para honra de la
España Grande, quienes eran atacados por cientos y cientos de izquierdistas
miserables y alocados separatistas, integrantes del bando rojo. A quienes, a
pesar de mi irrefutable documentación, concibiesen aún la menor sospecha, les
diré yo ahora:
-Si yo tuviese tan sólo un átomo de izquierdista, habiendo permanecido hasta el treinta de agosto en
poder del Frente Popular de San Sebastián (y nunca a su servicio) me parece
perfectamente lógico que hubiese tomado las armas para defender a las
Izquierdas o, al menos, hubiera figurado en alguna de sus enchufistas
Comisiones o Comités...
Pero, no señor: nadie absolutamente puede afirmar haberme visto, por un
instante siquiera, ni con un arma, ni con un brazalete ni siquiera con la más
diminuta insignia.
EN
LAS SUSCRIPCIONES y DONATIVOS PRO "FRENTE POPULAR", A LAS CUALES,
FORZOSAMENTE HUBIERON DE CONTRIBUIR CASI TODOS LOS MAESTROS RESIDENTES EN
GUIPÚZCOA (Y NO DIGO "TODOS", PORQUE YO, CON EL CORRESPONDIENTE
RIESGO ¡NO HE DADO NI UN SOLO CÉNTIMO!)
Puedo demostrar esto, porque se da el caso de que las Listas de tales
suscripciones aparecieron en la prensa donostiarra a mediados de agosto. Me
parece que todo esto ya es muy significativo. Lo único que yo hacía muchos días
en San Sebastián era salir por la mañana a la playa a ver si tenía la fortuna
de poder coger algún periódico de los que arrojaban nuestros gloriosos
aviadores nacionales; un día pude, por suerte, leer un trozo del batallador
"Diario de Navarra", pero pronto los marxistas me lo arrebataron
brutalmente de las manos.
En San Sebastián, muy a escondidas, naturalmente, sostenía conversaciones de intimidad
política con elementos de derechas en las que comentábamos los constantes
desmanes del Frente Popular, las hazañas de la Aviación y Marina del Ejército
Salvador, y las grandes ansias que todos teníamos de que entrasen las tropas
españolas en San Sebastián para sumarnos inmediatamente a la Santa Causa. Los
contertulios a que me refiero continúan en la capital de Guipúzcoa y, si es
preciso, puedo dar sus nombres. Cualquiera de ellos puede controlar
perfectamente mi comportamiento en San Sebastián. Además, he captado en cuantas
ocasiones pude las emisiones de radio Sevilla, Burgos, Oviedo, etc., a pesar
del peligro que entonces existía si sorprendían a alguno durante tales
audiciones.
Voy a exponer las poderosas razones
que me impulsaron a realizar un penoso viaje hacia la Asturias del Frente
Popular, si bien
teniendo nuestro Oviedo como objetivo. Primeramente advertiré que yo siempre he
sido un hijo muy amante de los padres, hallándome en continua armonía con ellos,
ya que les debo lo que soy y jamás les pagaría, por muchos sacrificios y
penalidades que yo pase. Durante interminables horas de amargura he sentido la
luminosa remembranza de aquella bendita pareja de ancianos que dejé en mi
Oviedo y que, en los momentos de trazar este relato, ignoro si existirán ... !
¿Cómo puede nadie suponer que yo tenga la más pequeña simpatía por las feroces
hordas de mineros que han podido causar la muerte de mi queridísima familia de
Oviedo?
III.- Influencia del asedio de Oviedo
sobre mi ánimo. Me determino a marcharme allí.
Desde que empezó esta lucha y, con élla, el constante y terrible sitio de
Oviedo, defendido hasta lo inaudito por esa maravilla de militar que se llama
Aranda, secundado por Ladreda (el mejor alcalde que jamás tuvo la capital
astur) y por el entusiasta Caballero, desde entonces, repito, yo no he hecho
más que sufrir día y noche pensando en lo que padecería Oviedo y con élla mis
queridísimos padres. Por las noches tenía yo horrorosas pesadillas en las que
se me aparecían los salvajes mineros martirizando a mi padre y asesinando allí
a todos los míos: ¡cuántas veces me he levantado de la cama con los ojos
arrasados en lágrimas, y me ponía a pasear nerviosamente por la estancia,
permaneciendo luego durante largas horas sentado, como anonadado por las
tremendas incógnitas que se cernían sobre mí ... !
Pues bien, influido de un modo tan lamentable por aquel penoso ambiente del Frente Popular, en
cuya prensa se aseguraba constantemente (igual que por radio) que se luchaba
furiosamente y con todos los elementos bélicos en los alrededores y hasta en
las mismas calles de Oviedo, afirmándose desde el primer día que al siguiente
se tomaría por completo la capital asturiana, con todo esto, a pesar de la fe
que yo tenía en el General Aranda, llegué a creer que, en efecto, Oviedo corría
serio peligro de ser tomado si no acudía pronto en nuestra ayuda la columna
gallega que tantas veces aseguraron los periódicos marxistas que estaba
destrozada.
A consecuencia de todo esto y visto que no llegaban todavía a San Sebastián las
fuerzas de los heroicos Requetés, después de una viva discusión con mi mujer y
su familia, me
decidí a irme a Oviedo. Más razonamientos en defensa de tan
aventurado viaje solamente los comprendería con rapidez cualquier persona que
haya estado en Asturias durante la criminal Revolución roja de Octubre de 1934,
en la que los saqueos y asesinatos más cruelmente refinados se perpetraron por
las turbas salvajes dirigidas por Moscú. Yo, temiendo por la vida de mis
padres, me aproximé a Oviedo para inquirir noticias suyas a toda costa (ya que
los numerosos mensajes de socorro radiados resultaron completamente
ineficaces). La obsesión del peligro que los de Oviedo corrían me hacía olvidar
mi propio riesgo.
El domingo treinta de agosto, por la tarde, salí de San Sebastián para Bilbao por ferrocarril de la
Costa; iba yo indumentado de la manera más modesta y, hasta si se quiere,
sucio, pues la ignorancia de las masas marxistas veía "señoritos"
fascistas por todas partes, y yo, que nunca he tenido "carnet" ni del
más moderado partido republicano, temiendo identificasen mis íntimas ideas de
derecha, me caractericé de tal forma que parecía un vulgar obrero "sin
trabajo" y apenas sin dinero, sin corbata ni abrigo ni equipaje, pero con
una asquerosa barba de varios días y unos zapatos viejos... Con estos "elementos"
llegué a Bilbao, después de algunos impertinentes registros, y, de allí a
Santander; como hasta este punto apenas nadie me conocía, todo fue sin novedad.
Advierto que dadas las peligrosas circunstancias en las que atravesaba el Norte
de España, hice este viaje por etapas, en cuyas paradas procuraba siempre
enterarme de cómo estaba el terreno que me faltaba por pisar, para arriesgar mi
empresa lo menos posible, porque mi mayor temor era que, en alguna parte, las
Izquierdas me obligasen a pelear en sus filas (¡contra España!). Sépase que
salí de San Sebastián con un salvoconducto que, tras no pocas negativas y
dificultades pude lograr entregando dinero a un marxista poco escrupuloso (como
en su mayoría!).
En Torrelavega (Santander) estuve varios días hospedado en casa de
un amigo ovetense y derechista, cuyo nombre omito. Aunque con exposición, dadas
las circunstancias, yo me reunía en el Café LG. con varios elementos de
Derechas, alguno de los cuales ha llegado luego a ser gran amigo mío. Si se
considera necesario puedo citar nombres de todos los anteriores. Allí, tanto a
la ida como al regreso de Asturias, he tenido momentos de grato consuelo al
conversar con gente de confianza, pudiendo dar rienda suelta a mis verdaderos
sentimientos.
IV.- En Asturias, con precaución. ¡Algunas
noticias, por fin! En Gijón y Colloto. Mi fracaso.
Desde Torrelavega marché a Asturias; tan pronto como hube entrado en esta provincia,
por ser yo muchísimo más conocido allí que en el País Vasco, tuve que viajar
siempre escondido y a horas intempestivas, con verdadero pánico a ser
reconocido, especialmente por algún Maestro. (Allí todos saben que no soy
izquierdista ni he pertenecido jamás a la A. T. E. A.). Oculto en el fondo de
una camioneta de carga pude llegar hasta Infiesto, después de una alocada
marcha, y al llegar me encontré con un conocido izquierdista, quien me dijo:
" - Yo conozco tus verdaderos sentimientos
desde hace muchos años, pero no temas pues no seré yo quien te denuncie; sin
embargo te recomiendo que tengas muchísimo cuidado porque aquí impera el
terror, y, si te reconocen, te pasarán inmediatamente por las armas! A varios
de tus amigos les han fusilado, y tú, si hubieras continuado como Maestro de
Corao (en Cangas de Onís), ya estarías fulminantemente separado de la Enseñanza
mediante "La Gaceta" de los Rojos" ...
A poco de despedirme de este joven (quien, en realidad, se portó conmigo
admirablemente) encontré a una compañera, vecina además de Oviedo, quien me
dijo que no me preocupase tanto por la suerte de mis padres, pues élla tenía
noticias de que, hasta primeros de agosto por lo menos, no se habían causado
destrozos en la Plaza de Santo Domingo (donde vivíamos en Oviedo). Animado ya
con estas nuevas continué (dejándome ver siempre lo menos posible) hasta Pola de Laviana, donde tengo una tía
carnal, en posición bastante acomodada, pero esta señora no pudo darme otras
noticias. Lo que sí me dijo fue que perseguían a uno de sus hijos, por ser
fascista, y él había podido escaparse, pero ya no tenían conocimiento de su
paradero. En los dos o tres días que estuve en casa de la tía en cuestión, a
pesar, repito, de tratarse de gente casi rica, comíamos sin pan y escaseaban
todos los alimentos. En Asturias reinaba el hambre más espantosa.
Después, siguiendo el fin de practicar averiguaciones, fui a Gijón a casa de
otro pariente, cuya filiación política desconocía, y una vez llegado a dicho
puerto me enteré de que había huido de su casa (¡por ser derechista!). Gijón ha
sido, y es, el asiento del terrorismo más criminal cometido por los facinerosos
del Frente, que, desde ahora debe llamarse Impopular; allí se han hecho, a
granel, cobardes matanzas y felonías. La nota característica de aquel puerto es
que allí se ve a los milicianos, muchos vestidos de harapos, con magníficos
sombreros que robaron al entrar a saco en las fábricas y tiendas. En Gijón
apenas existen comestibles y el café y las bebidas de toda clase habían
desaparecido ya. A la noche de mi llegada hube de escuchar, con verdadera
desesperación, todo el incesante y atronador bombardeo de Oviedo (a unos 25
kms. del frente!), por lo cual era imposible descansar, pensando, no sólo en
mis pobres padres, sino también en los valientes defensores de Oviedo.
A la mañana siguiente entregué en Telégrafos varios mensajes de socorro para mis familiares y
después pensé en marcharme. Pero antes contemplé horrorizado las Iglesias de
San José y San Lorenzo destruidas y el Consulado Alemán acribillado a balazos.
También pude ver el famoso Cuartel de Simancas (sito en el edificio del antiguo
Colegio de Jesuitas), donde aquellos heroicos soldados de España escribieron con
su sangre generosa una de las más brillantes páginas de este Movimiento
Nacional: poseían un admirable sistema de defensas subterráneas, donde hubieran
resistido incluso meses más, de no haber tenido la desgracia de que se les
incendiase el Cuartel. Contemplé aquellas cenizas sagradas junto a numerosos
fusiles, de los cuales sólo quedaba el esqueleto de hierro; restos de enseres y
artefactos de toda clase aparecían mezclados con cintas de bombas Laffite. En
la calle de Rodríguez Sanpedro, número 43, pude apreciar seis enormes impactos
de cañón del glorioso "Almirante Cervera". La Iglesia de los Jesuitas
de la calle de Jovellanos estaba convertida, al parecer, en cárcel.
Dirigiéndome a la Estación (para tomar billete hasta Noreña), al pasar por la
calle Corrida vi, como a unos veinte metros de mí, a dos significadísimos
maestros comunistas, quienes me conocían bien. Fue un momento de verdadero
apuro que pasé ocultándome en el portal de una Fotografía próxima, sin que
aquéllos me viesen. Seguidamente fui a la Estación y después que se puso el
tren en marcha pude respirar.
En El Berrón me apeé para realizar la parte final, que era entrar en Oviedo, a ser posible, para
allí sufrir y morir si era necesario, defendiendo a España y a los seres
queridos que en dicha capital tengo.
Atravesar las líneas de fuego yo sabía que era muy difícil, pero no tan imposible
como se me presentó el plan cuando tuve ocasión de vivirlo. Desde Noreña fui,
por la tarde, hasta más allá de Meres, pueblecito situado muy cerca ya de Colloto.
Por la carretera de Langreo se observaba un febril movimiento de autos y
vehículos de todas clases: unos transportaban gente y otros (los que menos) los
pocos comestibles que en Asturias quedaban para los milicianos combatientes. Se
veían pasar a endiablada velocidad las ambulancias improvisadas repletas de
heridos.
El constante tronar de los cañones y el traqueteo de las ametralladoras, unido a las densas humaredas que procedían de
la parte de Oviedo, defendida con heroísmo indescriptible, causaban penosa
impresión en mi espíritu, pues recordaba constantemente a mis pobres padres
metidos dentro de aquel cerco infernal. Pero entonces surgía idealmente ante mí
la figura grandiosa de Aranda para infundirme nuevas esperanzas.
Me detuvieron varias veces e interrogado estuve a punto de ser fusilado por espía. Yo,
temiendo males mayores y desesperado de amargura ante la imposibilidad de
llegar a mi destino, opté por regresar a mi procedencia, lo que
hice saliendo de Noreña en el primer tren que pude tomar.
V.- Regreso a Bilbao. Una sorprendente
noticia. Nuevos amigos. Más calamidades en Bilbao. Lo que cuentan los
milicianos.
Fui sin novedad hasta LIanes y de allí a Torrelavega, donde mis amigos me
enteraron con grande alborozo de la toma de Irún. Vi en la calle a mi antiguo
amigo el ovetense, quien me avisó de que me andaban buscando los rojos de
Torrelavega para detenerme, pues habían tenido confidencias de que yo era
derechista. Agradeciéndole tan oportuna advertencia me puse presurosamente en
marcha; corría el tiempo y yo deseaba llegar para el día 15 a San Sebastián,
según le había prometido a mi mujer.
El 14 de septiembre llegué a Bilbao. En la Gran Vía encontré a un donostiarra conocido,
quien, después de saludamos, me preguntó a dónde me dirigía:
-Voy
a San Sebastián –contesté, pues quiero estar allí esta misma noche para
reunirme con mi familia.
-¿A
San Sebastián?... ¡Está usted loco! Pero, ¿no sabe que han entrado allí los
requetés?
Yo le contesté que era la primera vez que se me comunicaba
semejante "notición". Me causó una alegría interior tan enorme que no
acertaba ni a hablar y ni siquiera podía disimular. Por lo hermosa, me parecía
increíble la noticia y, en efecto, me dirigí rápidamente a la Estación de
Achuri, donde obtuve plena confirmación al decirme un empleado "que no despachaban billetes más que
hasta Zarauz". Desde aquel momento, vista la penosa experiencia de
Oviedo, desistí de ir a Zarauz, por considerarlo ineficaz y contraproducente.
No tuve más remedio que ir a dormir a una fonda, y allí, por la noche, concebí
la idea de marcharme de Bilbao fuese como fuese, pues ya estaba yo harto de
Frente Popular ...
Aunque las circunstancias eran pésimas para hacer amistades, por mediación de dos buenos y
antiguos amigos de Bilbao trabé conocimiento con varios jóvenes derechistas,
quienes me enteraron del firme propósito que tenían de escaparse de allí, pues
eran constantemente perseguidos por los elementos marxistas. Algunos días
después volví a encontrar a uno de dichos amigos que me propuso que nos
fugásemos en una gasolinera que nos llevaría hasta Donostia. De este chico,
aunque después practiqué indagaciones, no he vuelto a tener más noticias.
Otro, con quien yo estaba dispuesto a marchar por los montes a Vitoria, supe
días después que había ingresado en un hospital de Bilbao herido de varios
balazos que le dispararon los milicianos del Frente Popular.
Me
parece obvio manifestar que desde que
pisé la capital de Vizcaya hasta que salí de élla el tres de octubre, he
sufrido allí continuas privaciones, hambre y toda clase de calamidades. Había
"colas" para todo, pues se comía poco, malo y caro. El pan era negro,
pesado e indigesto, y como se nos había vaciado encima un enorme contingente de
población que venía huyendo de todos los frentes, sobrevino la escasez y, con
esto, el más espantoso barullo de gente por todas las calles. Gran cantidad de
automóviles de los robados en San Sebastián y los de Bilbao y Santander,
cruzaban por plazas y avenidas como exhalaciones, conducidos por jóvenes
inexpertos que para nada respetaban las leyes del tráfico, por lo cual
diariamente había choques y atropellos con bastantes víctimas. Además, se veían
muchas personas conduciendo colchones y restos de moblaje de viviendas
abandonadas, extremo que se observa en cualquier país cuando éste es invadido
por tropas contrarias. En vista de tal aglomeración se racionaron los
alimentos, agravándose el problema con los exagerados abusos que se cometían.
Yo he podido conversar con algunos milicianos que volvían de los frentes:
estaban descorazonados ante el empuje de las fuerzas nacionales y todos ellos
procuraban permanecer en Bilbao la mayor parte del tiempo que podían. La
oficialidad de estas milicias populares era completamente "ful": si
había alguno pasable pronto se desilusionaba ante la desobediencia e
indisciplina reinantes. Aquello era un caos, en el cual toda persona de orden
hacía desesperados esfuerzos para salir.
VI.- Pretendo fugarme por mar.
Dificultades por todas partes. Yo opongo pretextos.
Debido a tal desorganización y ante la proximidad del sitio, empezó a marcharse
gente de Bilbao. Yo, enterado de que había unos barcos que transportaban
personas al extranjero, me consagré a gestionar mi más rápida salida vía
marítima. Acompañado por cierto caballero, uno de cuyos hijos es actualmente
directivo de Falange en una localidad navarra, fui varias veces al consulado
alemán, a ver si lograba marcharme en uno de los vapores de esta admirable
nación. ¡Todo inútil!; ante mí no aparecían más que negativas y obstáculos.
Aquellos buenos representantes germanos, a pesar de la importante recomendación
de mi acompañante, contestaron que tenían órdenes terminantes para no admitir a
bordo más que ciudadanos extranjeros. Visité otros varios Consulados con
idénticos propósitos, pero, por desdicha, me convencieron de la inutilidad de
mis pretensiones. En una Agencia de Viajes de la Gran Vía me enteré de que era
imprescindible para realizar mi proyecto (¡yo ya lo consideraba como un sueño
dorado y utópico!) poseer un salvoconducto especial expedido por el Gobernador
de Bilbao. Soporté varios días de infructuosa "cola" ante las
taquillas improvisadas para pasaportes en el edificio requisado a "La
Bilbaína" (sito en las proximidades del Arenal), donde presenté una
instancia pretendiendo justificar mi viaje a Francia, alegando (mintiendo, es
la verdad, pero "un fin bueno justifica los medios si éstos no son
perversos") que mi mujer había huido al Mediodía de Francia con nuestros
padres, deseando yo unirme a ellos. Claro que yo estaba seguro de que mi
familia no se había movido de San Sebastián y que ahora estaban mejor que
nunca, puesto que dentro de nuestra casa, cuando estuvimos en poder del Frente
Popular, siempre hemos admirado a los Requetés y al Glorioso Ejército Español,
hasta el extremo, que hoy puede comprobarse, de que a la portera del edificio
donde vivimos, a causa de haberla obsequiado muchas veces nosotros, le solían
decir algunos vecinos izquierdistas "que
a élla le dábamos de comer los FASCISTAS"
Mientras continuaba en Bilbao mis laboriosas gestiones para conseguir un
salvoconducto que me permitiese escapar, vino el anunciado día 25, y, por
tanto, el fantástico bombardeo, notificado ya por radio unos diez días antes, y
el cual relataré, sucintamente, pues me afecta.
VII.- Bombardeos en Bilbao los días 25 y
26. Pánico y demás efectos. Algunos detalles curiosos.
Aquella mañana brillaba el sol espléndidamente en medio de un intenso cielo azul
cuando las sirenas (instaladas en el Convento que en plena Gran Vía usurpó y saqueó
la Unión General de… Huelguistas!) comenzaron a sonar estrepitosamente. Muchas
personas ya habían tenido ocasión de escuchar por la radio el aviso de este
ataque aéreo, pero la mayor parte lo tomaron por una sencilla amenaza: no hace
falta decir que yo fui de los pocos convencidos de que lo anunciado por la
Aviación española sería una rotunda verdad.
El pánico que se produjo fue espantoso: la multitud, alocada de terror, corría en todas
direcciones; lo más curioso es que sin saber fijamente donde guarecerse. Por
fin, acudieron en desordenada masa a los sótanos, no sólo mujeres, niños y
ancianos, sino también "valientes"
milicianos marxistas, provistos de todo su atuendo guerrero, apartando
brutalmente a los primeros para ponerse inmediatamente a buen recaudo.
Cuando sentí las primeras explosiones cercanas y pude contemplar algunos incendios y
derrumbamientos, fiado a mi buena estrella para estos casos, me eché a la calle
dispuesto a presenciar integralmente tan trágico espectáculo; la Muerte se
cernía incógnita sobre mí, y yo, a pesar de esto, y de tener siempre el
obsesionante recuerdo de mis familiares más queridos, sentía en lo más íntimo
de mi ser una extraña alegría que me producía escalofríos, pues era la Legión
Alada de la España Grande la que estaba purificando con su fuego el corrompido ambiente de
Bilbao. Ni un solo instante pensé que perecería bajo aquella lluvia
mortífera, porque me parecía que no estaba destinada para mí.
Yo estaba citado con un amigo para las once de aquella mañana en las aceras de la
calle Hurtado de Amézaga, cerca de la Gran Vía. Algo amante de las aventuras y
esclavo de la palabra (¡acostumbro a llegar el primero a las entrevistas!) me
propuse, a todo trance, llegar hasta dicha calle. En efecto, entre el continuo
estruendo de las explosiones, algunas fortísimas, y el chisporroteo constante
de los artefactos incendiarios, atravesando toda la Alameda de Mazarredo,
completamente limpia de gente y de vehículos, desierta como un cementerio, pude
llegar, después de algunos rodeos, al lugar de nuestro encuentro. No vi a mi
amigo; lo que sí había (cerca de los locales del Club Athletic Bilbaíno) era un
tremendo agujero de doce metros de diámetro que seccionaba completamente la
calle. Algunos adoquines, dada la enorme potencia de aquella bomba, habían
recorrido más de cien metros a la redonda. Los raíles del tranvía aparecían
retorcidos, levantados y destrozados entre grandes bloques de tierra y piedras.
Días después supe que mi amigo, fiel a su palabra también, encontrándose en las
inmediaciones de aquel sitio había sido derribado por efecto del movimiento de
tierra y piedras, cayendo al suelo sin conocimiento; lo levantaron medio
ensordecido y con pequeñas contusiones: ¡se había salvado por puro milagro! En
aquel bombardeo hubo, por fortuna, pocas víctimas relativamente, pues todo el
vecindario se refugió en los sótanos de las casas.
Hallándome yo en la Plaza del Arenal el día mismo de la hazaña aviadora, contemplaba los
destrozos de una calle próxima, cuando se me acercó una mujer de muy mal
aspecto y me dijo de pronto:
-
“Ya han derribado a uno de los aviones "fascistas"! ...
Le contesté que no era cierto, pues yo había presenciado desde las mismas calles
todas las evoluciones aéreas. Entonces la arpía me armó un formidable
escándalo, llamándome no sé cuántas cosas: en esto vino un miliciano, quien me
interrogó y me exigió documentación, mas todo infructuosamente. Disimulando
como pude, me largué a grandes zancadas de aquel lugar.
El día 25 de septiembre volvieron varios aeroplanos del Ejército salvador
sobre Bilbao, arrojando algunas bombas que ocasionaron grandes destrozos en la
Estación del F. C. Norte, pero sin causar apenas víctimas. Toda aquella
jornada, especialmente por la tarde, permanecieron nuestros bravos aviadores
evolucionando horas y horas en el cielo bilbaíno, sin otros obstáculos que los
tiros ridículos de las impotentes baterías que el Frente Popular debía de haber
encomendado mejor a algún "cocinero". Hasta el tres de octubre no
presencié más bombardeos aéreos sobre Bilbao: lo que siguió a estos
acontecimientos fue el más horrible miedo de la población civil, la que se
pasaba las noches durmiendo (¿) en los subterráneos hasta el extremo de que,
por higiene, tuvo que prohibirlo el Gobernador.
A consecuencia de todo esto comenzó a emigrar el vecindario, saliendo
diariamente de Bilbao miles de personas que huían para los puntos más opuestos.
Lo peor de todo para mí es que, constantemente, tenía que escuchar denuestos e
insultos cobardes de la gentuza marxista dirigidos contra nuestra Aviación. A
alguno le hice reconocer que el continuo lanzamiento de cientos de bombas
diarias sobre Oviedo la Mártir no era precisamente una obra de. .. Asistencia
Social!
La Aviación roja, de la que se decía disponía, en los Aeródromos de
Lamiaco y Sondica, de "veinte modernos aparatos de caza y bombardeo",
resultó completamente fabulosa. De los tres aparatuchos que yo, personalmente,
pude ver un día en el improvisado aeródromo de Lamiaco, ni uno sólo se atrevió
a dar pruebas, entonces, de su mentida gallardía, pues todos permanecieron
cobardemente inactivos. Claro que, en otros caso, los aviones nacionales hubieses
dado pronto buena cuenta de aquella cuadrilla de forajidos!
VIII.- Prosigo negociando la documentación
para escapar. Grandes obstáculos. Recursos extremos: su resultado.
El día 27 volví al Gobierno Civil (en la "Bilbaína"), pero apenas vi a
nadie en las oficinas: todos aquellos chupatintas enchufistas habían huido
cobardemente. Otro día volví a preguntar por el resultado de la instancia que
yo había presentado solicitando salvoconducto y se me contestó groseramente que
a causa de los bombardeos aéreos "ya se había acabado lo de los
pasaportes!".
No obstante, reaccioné y me presenté nuevamente unos días después;
entonces ya se habían trasladado la mayor parte de las oficinas del Gobierno
Civil a cierto Banco situado en el cruce de la Alameda de Mazarredo con la Gran
Vía. Tras larga espera, pude, al fin, tener en mis manos el preciado
salvoconducto: estaba contentísimo de poder salir de entre aquella verdadera
cafrería! Inmediatamente, fui a diligenciar el pasaporte y, después de formar
la consabida "cola", a las nueve de la noche pude, por fin, verme con
dicho importante documento. Ya tenía dos papeles formidables, de los cuales por
nada del mundo estaba dispuesto a desprenderme! Desde luego, todo esto lo había
obtenido presentando, junto con la instancia, el salvoconducto que había
conseguido para salir de San Sebastián el treinta de agosto. Después, era
necesario un nuevo salvoconducto extendido por la Delegación Marítima
(instalada en el edificio de La Equitativa): hallándome yo formando
"cola" allí se nos dijo QUE NOS RETIRÁSEMOS TODOS LOS HOMBRES pues ellos,
aunque se les presentase quien fuese, sólo darían dicho documento a las mujeres
y los niños. Además, y esto era lo más grave para mí, nos dijeron que tenían
orden terminante de recoger, para inutilizarlos, todos los pasaportes que, como
el mío, ponían Francia como punto de destino.
Me pareció una solemne tontería entregarle a aquella gentuza el "querido
pasaporte", que tantos meses me había costado; y así, por la noche fui a
casa de unos derechistas que yo conocía y quienes tenían un hijo prisionero de
los rojos (en el barco "Cabo Quilate"). Allí, recordando una vez más
que "el buen fin justifica los medios, cuando éstos no son
perversos", hicimos una laboriosa "reforma" en mi pasaporte y
también en el salvoconducto del Gobierno Civil Marxista, agregando en el lugar
donde decía: " ... para dirigirse a Francia": "Y DE ALLÍ A
BARCELONA". La demostración de que este detalle cali-mecanográfico fue
realizado con suficiente esmero pude apreciada cuando, a pesar de haber pasado
estos documentos ante los ojos de varios policías del Frente Popular y vistas
de Aduana con no mucha "vista", amén de algunos pseudo-policías
franceses, NADIE SE DIO CUENTA DE ESTA FAMOSA ESTRATAGEMA!
Bueno;
conviene que yo haga dos importantes aclaraciones:
Primera: Que dos simpatiquísimas y respetables señoras de la
antecitada casa me prometieron rezarían con todo fervor a la Santísima Virgen
de su devoción para que yo saliese airoso en aquella aventurada fuga.
Segunda: Que, al verme -más tarde- en Dancharinea (Navarra)
ante la auténtica Policía y Guardia Civil españolas, no vacilé un instante en
confesarles toda la verdad, pues estaba seguro que, de otra forma, ellos
descubrirían las alteraciones que habían sufrido mis pasaportes.
Prosiguiendo los complicados trámites para marcharme de Bilbao, me presenté otro día en
la Telefónica, que era donde, mediante presentación de los documentos
requeridos más 25 pesetas, entregaban el pasaje para Bayona en cualquiera de
los dos barcos pesqueros (de bacalao) robados a la "PYSBE" de San
Sebastián (¡y que tienen dos nombrecitos que se las traen: "GALERNA"
y "VENDAVAL"!). Soportando esta inenarrable serie de fastidios estaba
yo nuevamente en otra numerosísima "cola" formada aquella tarde en la
Telefónica (¡haciendo caso omiso del salvoconducto que extendían en La
Equitativa!), cuando llegó un buen señor, que a mi luego se me antojó de lo más
antipático, con un periódico en las manos, mostrando una reciente Disposición
del Gobernador, en la cual se "hacía saber" que, desde entonces QUEDÁBAMOS
MILITARIZADOS TODOS LOS HOMBRES ÚTILES COMPRENDIDOS ENTRE LOS DIECIOCHO Y LOS
CUARENTA Y CINCO AÑOS DE EDAD. Esto cayó allí como una nueva bomba, puesto que
estábamos muchos comprendidos en la citada edad; a consecuencia de ello, nos
retiramos con el mayor desconsuelo.
Entretanto, se había también propalado el criminal rumor de que, como venganza por el
bombardeo de Bilbao, la flota roja había bombardeado San Sebastián, "no
dejando piedra sobre piedra"; aseguraban muchos que la ciudad ardía por
los cuatro costados y que los habitantes que habían logrado escaparse marchaban
en todas direcciones. Añadían que por las fronteras de Francia habían pasado a
centenares. Tanto se habló de esto, que yo llegué a creer algo, y suponía a mi
familia sin hogar, destrozada o fugitiva por Hendaya o Bayona, o por cualquiera
otra localidad del Mediodía francés.
IX.- Una idea feliz. Buscando un médico.
Consigo el pasaje y, por fin, ¡me embarco!
Después de un sueño turbado por los más negros pesimismos, me desperté
al siguiente día en brazos de una luminosa idea: con el pretexto de un
certificado médico intentaría salvar aquella ciclópea barrera de imposibles. Ya
era el uno de octubre. Empecé a discurrir. No sabía "de qué enfermedad
echar mano", pues luego se me exigiría la demostración, cosa muy
problemática ... Y, aunque, gracias a Dios, veo perfectamente, pensé en
disculparme con algún defecto a la vista. Buscando un oculista para proponerle
mi plan, recorrí casi todo Bilbao. Muchos doctores no estaban ya en sus casas,
huyendo del bombardeo; para otros no llegaba yo a horas propicias de visita;
por fin encontré uno, quien, una vez le expuse mis propósitos asegurándole que
solamente pretendía reunirme con mi mujer para el mejor fin (¡otra cosa no
podría decirse!), se negó en redondo a certificar nada, diciéndome que si insistía
avisaría a los milicianos...
Próximamente
una hora después pude dar con otro oculista, señor muy simpático, quien no
viendo en mis designios nada reprobable, pronto accedió a extenderme el
certificado salvador. Apenas me entregó el documento, me despedí de este
caballero echándole además mil bendiciones, y me fui con toda rapidez a la
oficina donde expedían los famosos pasajes, no sin antes haberme provisto de
unas gafas oscuras que me daban aspecto casi de ciego.
Entonces todo se resolvió de la manera más fácil: Presenté el salvoconducto y
el pasaporte, apoyados por el certificado, aboné 25 pesetas para aquella
camarilla de desalmados y, acto seguido, me entregaron el codiciado
billete-pasaje, que aún conservo. Cuando tuve en mi poder tan precioso
documento no cabía en mí de gozo. Muchas personas que yo había conocido de
tanto frecuentar aquellas famosas "colas" me miraban con
indescriptible envidia, asegurándome que gustosamente hubieran dado cuanto
poseían para poder tener en sus manos tan valioso papel.
La misma noche, en aquellas oficinas tan pésimamente organizadas,
se nos dijo a los presuntos viajeros:
-"Mañana
temprano procuren estar todos en los muelles de la Aduana; embarcarán ustedes
en "El Vendaval".
En toda la noche no pude conciliar el sueño. Al día siguiente, dos
de octubre, para prevenirme contra cualquier adelanto en aquel viaje sin hora
fija ni seguridad alguna, me presenté en el punto indicado ¡A LAS OCHO EN PUNTO
DE LA MAÑANA! Creía yo ser el primero, pero ya había mucha gente con equipajes
y enseres de todas clases. Yo iba provisto de un pequeño maletín claro y un
impermeable pluma. Nos despedimos de Bilbao CON UN PLANTÓN DE CERCA DE VEINTE
HORAS, pues nos tuvieron allí de espera hasta las tres y media de la madrugada
del día tres, en el que, después de demostrar el mayor desorden quienes nos
manejaban, pudimos penetrar en el barcucho (¡y, además, muy contentos!).
Muchas personas fuimos molestadas y registradas con exceso y una pobre señora fue
desembarcada e inmediatamente presa porque (¡para élla y su numerosa familia!)
llevaba unas 600 pesetas. Uno de los momentos de mayor angustia por que yo pasé
fue cuando los "oficiales de milicias" y policía de tcheka marxista
me pidió y examinó detenidamente el pasaporte y salvoconducto alterados por mí.
Ante la sola duda temblé. Pero tuve la gran suerte de tropezar con unos
incautos que de nada se dieron cuenta y devolviéndome los documentos ¡me
dejaron paso libre a bordol ¡Cuántos se les habrán escapado como yo! ...
Sin embargo yo no me consideraba seguro hasta verme en alta mar. Mi pasaje estaba
numerado con el 299; vi otro que tenía el 348, y aún había muchos más
pasajeros. Se presentaban unas espantosas horas de frío. Yo, vestido por
completo de verano, pude agenciar horas antes de salir un breve chaleco de lana
negro que me dieron en casa de una familia derechista de Bilbao, cuyo nombre
citaré si es preciso. Por fin, con grande alegría de todos los que marchábamos,
cansados ya de tanto ajetreo e incertidumbre, se puso en marcha la embarcación.
Las mujeres, niños y ancianos (¡y algún que otro "enchufista"
todavía!) se acomodaron, mal que bien, en los escasos camarotes, cocinas y
demás compartimentos abrigados. El resto, hombres jóvenes casi todos (que, a pesar
de tantas dificultades, mediante distintas estratagemas pudimos escapar),
tuvimos que pasar aquella interminable madrugada medio helados por entre las
cubiertas y puentes del barco.
Al llegar a la boca del Abra pasamos ceca de los buques rojos cárceles
"Altunamendi", "Aranzazumendi" y "Cabo Quilates",
donde tantos desdichados españoles padecen vejaciones y martirio por la Patria
grande. Empezaba a lucir el sol cuando pudimos contemplar el "Jaime
1" ramplonamente pintarrajeado y atestado de canallas; cerca de él flotaba
un submarino tan dormido como sus haraganes tripulantes. Y ¿era ésta la
"formidable escuadra" atracada a la entrada de la ría, de la que
constantemente se ufanaban los marxistas bilbaínos?!!... i Qué ridiculez!
Después
vino el barquito del Práctico, quien ordenó al capitán del "Vendaval"
que hiciese treinta millas al N. O adentrándose así bien en el mar antes de
definir el rumbo. Sospechamos que esta medida se debía al peligro que
representaban las minas submarinas oportunamente sembradas por la poderosa
escuadra de la verdadera España.
X.- En alta mar. Conversaciones con la
tripulación y los pasajeros. Inspeccionando el barco. ¡Avistamos San Sebastián!
Respiré la plena libertad del ancho horizonte marino entre verdor de
esperanza y azul de Imperio. . . Al verme en alta mar sentí una inmensa alegría
pues, aunque todavía llevaba mal acompañamiento, ya me consideraba casi
libertado de la tenaza marxista de Vizcaya.
Los pasajeros, cuya mayoría nos hallábamos sobre cubierta,
desconfiábamos todavía unos de otros (¡como en Bilbao!), ignorando nuestro
mutuo fondo de idearios. Con bastantes trabé ligera amistad. Me mostraban sus
pasaportes y resultó que allí, el que no iba a Madrid se encaminaba hacia
Barcelona. Claro está que todo esto se vio después que era "puro cuento",
como dicen los indianos. Yo también enseñé mis documentos a diversos compañeros
de viaje (a quienes tuve la prematura franqueza de manifestar que yo iba a
quedarme en Francia, de ser posible); todos coincidieron sentenciosamente en
que, como mi pasaporte especificaba que yo me dirigía a Francia
"continuando a Barcelona", forzosamente había de ir a Cataluña, pues
como, al parecer, se formaban grupos de expedicionarios, NO HABÍA ESCAPE POSIBLE
... Pero, ¿sería verdad esto, Dios mío? ¡Escaparse de un volcán y tenerse que
meter, por fuerza, sobre un terremoto!! ... Pero no, ante tales asertos reaccionaba
y mi interior me animaba con la extraña risa que me producían tan gratuitas
afirmaciones, dignas sólo de papanatas o de desconfiados. Provisto de
pasaporte, ¿quién me iba a obligar a mí, en un país extranjero, a marcharme de
allí inmediatamente? ¡Nadie, en
absoluto! ...
Desde la borda contemplaba el mar, que ahora daba al barco terribles bandazos.
Tanto movimiento hizo que la mayor parte del pasaje hubo de sufrir las
insoportables molestias del mareo: la cubierta quedó hecha un verdadero asco.
Yo, que no había pisado más naves que las de los templos, a pesar de ser mi primer
"viajecito" marítimo no experimenté la más leve molestia estomacal.
A todo esto se unía que muchos pasajeros temían que nos apresasen los
barcos de los "fascistas"; yo, francamente, lo deseaba. ¿Qué podría
suceder? ¿Qué pasásemos algunos apurillos? Esto poco suponía. Al contrario, al
detenemos los buques de España, nos conducirían más rápidamente a Pasajes o San
Sebastián donde, tarde o temprano, todo se pondría en claro. En cuanto a mí,
demostraría fácilmente que huía de Bilbao con el firme propósito de pasarme a
dominios del Estado Español. Pero no hubo cuidado, ninguna embarcación se cruzó
con el "Vendaval". Los que tenían sucia su hoja política podían
continuar tranquilos.
Tuve ocasión de hablar con uno de los hombres de la improvisada
tripulación, chico bastante locuaz, quien me proporcionó una distracción, en
medio de la monotonía del viaje. Me contó sus aventuras por países nórdicos y,
en vista de mi creciente curiosidad, me enseñó el barco de popa a proa. Aquel
vapor era de 2000 toneladas y había sido botado aproximadamente hacía unos diez
años, durante los cuales realizó numerosas expediciones de pesca por mares
norteños. Me explicó el funcionamiento del cuentanudos o cuentamillas (el
"Vendaval" hacía diez nudos por hora). Sabiendo que nuestra ruta
describía un arco de más de 100 millas, llegaríamos en unas once horas y pico a
Bayona. Me enseñó el sextante, mandos de timón, aparatos de pesca, etc., pero
vi con sorpresa que aquel barco no contaba ni con el más pequeño cañón de
desembarco... ¡Vaya una previsión la del Frente Popular de Bilbao! ¡Lanzar al
mar un barco inerme con la cantidad de correspondencia y personal peligroso que
suele transportar, especialmente desde Bayona a Bilbao! ... El
"Galerna" tiene casi iguales características (por esto fue cazado
posteriormente; claro está que los del "Jaime I” y submarinos acompañantes
mostraron enorme pánico ante nuestros decididos "Bous" ... ).
A mediodía avistamos las costas de Donostia, pudiendo apreciar perfectamente los montes
Igueldo, Urgull y Ulía, con la isla de Santa Clara. Se discutía a bordo sobre
si estábamos a veinte o más millas de las tierras de Guipúzcoa. En aquel
momento, yo hubiera sido feliz con que un avión me hubiese conducido en línea
recta hasta la Concha ... Pero, no soñemos todavía, pues la realidad se
presenta a veces con muy desagradables matices.
XI.- ¡Desembarco en Francia! Desde Hendaya
puedo ya contemplar la bandera española. Intento pasar la frontera. Amarguras
del destierro.
Siguiendo nuestra inspección a las costas, apoyados en las barandillas de proa, distinguimos
las famosas Peñas de Aya y el celebérrimo Guadalupe, que tanto sonó en la
Batalla de lrún. Después de unas horas de viaje apreciamos perfectamente
Hendaya, Ondarraitz, San Juan de Luz, Biarritz, etc. Según nos aproximábamos a
Francia, la gente iba preparándose para efectuar el desembarco tan ansiado. En
la cubierta sorprendí a un joven, quien, sin darse cuenta según me explicó,
estaba silbando el himno fascista italiano "Giovinezza". Yo le dije
que, por mí, se tranquilizase, pues participaba también de sus gustos en
música. Por fin, ya podía uno sincerarse algo.
A las 15 h. 30 penetramos en el río, o ría, Adour. Viendo nuestro barco y su bandera
republicana algunos individuos que caminaban por las orillas nos saludaban (¿)
con el puño levantado. "En todas partes hay marxistas (es decir,
especialmente donde desgobiernen las izquierdas!), pero también a éstos les
llegará la hora de correr", dije yo para mis adentros.
Luego, a lo lejos, contemplamos tranquilamente las dos torres de la
Catedral y el Puente de Saint Esprit, que parecen presidir la ciudad de
Bayonne. A las cuatro de la tarde atracamos en los muelles bayoneses, no lejos
del Ayuntamiento. Gran gentío aparecía allí en nuestra espera: la mayor parte
eran españoles que venían a recibir familiares, amigos o noticias.
¡Vaya
diferencia del embarullado embarque al ordenadísimo desembarco! Después de vacunarnos, procedieron a
registramos escrupulosamente (yo soportaba gustoso estas molestias, sabiéndome,
al fin, libertado de los dominios marxistas bilbaínos).
Apenas me vi en tierra firme, procedí a cambiar las 115 pesetas que, después de
tantos gastos, pude salvar, a 115 francos por 100 pesetas, es decir
¡ruinosamente!... Sólo quince días que hubiese esperado, habría obtenido mucho
más beneficioso cambio. Pero, ¡cualquiera suponía que iba yo a permanecer
tantos días en Francia! ... Muchos españoles izquierdistas se acercaban a
preguntamos a los recién llegados cómo estaba Bilbao": algunos cuitados
contestaban, por temor, "que todo continuaba muy bien".
A mí me preguntó uno de tales curiosos y le respondí:
-"Si
quiere usted saberlo bien, no tiene más que subir mañana a este mismo barco y
marcharse”
Ya
se librarían ellos bien de embarcar, pues es un dato elocuente el que
constantemente llegaban a Bayona el "Vendaval" o el
"Galerna" con 350 ó 400 viajeros, mientras que solían regresar con 30
ó 40 solamente.
Creyendo
yo aún en el bombardeo y evasión en masa de la población civil que había
quedado en San Sebastián, y suponiendo que a mi familia se le hubiese ocurrido
pasar la frontera, fui inmediatamente a la alcaldía de Bayona, donde examiné
con detención las listas de los emigrados españoles, no apareciendo allí los
nombres que yo buscaba.
A
la mañana siguiente, día 4, salieron en un tren especial, la mayoría con
billete gratis, para Barcelona, bastantes de los que habían venido conmigo en
el "Vendaval". Aunque me enteré oportunamente de esto, ni siquiera
pensé en presentarme en la Estación.
Yo
salí para Biarritz para realizar idénticas averiguaciones que en la Mairie de
Bayona y con el mismo resultado. Y al otro día hice lo mismo en San Juan de
Luz.
El
seis de octubre tuve la alegría de poder contemplar, desde el otro extremo del
Puente Internacional (de Irún), la verdadera bandera de España. La roja y
gualda, cuya historia va íntimamente unida a la gloria de nuestra patria; el
mismo día pude enterarme, en Hendaya, de que todo aquello del bombardeo e
incendios de Donostia, causados por los fuegos del "Jaime 1", era una
criminal falsedad más propalada por los marxistas con inhumanos propósitos.
Yo,
deseando ardientemente regresar a mi querida España, me presenté en la misma
raya de la frontera. Los gendarmes me advirtieron, después de haberles hecho yo
numerosos ruegos, que ellos me dejarían pasar, pero que, antes, recapacitase
bien "por si tenía algo que ver con las izquierdas": yo les dije que
tenía la conciencia perfectamente limpia. Entonces me permitieron pasar.
Espontáneamente, y no sin emoción, traspasé la frontera entrando en España.
Aquella tarde (era más de la una) lloviznaba algo;
llegué frente al puesto de nuestra frontera, encantado de verme bajo la égida
del glorioso pabellón español. De una caseta inmediata salió un guardia civil
(¡de los de verdad, no de las "caricaturas republicanas" que pululaban
por Bilbao!), el cual me interrogó por espacio de unos diez minutos. Me deshice
en súplicas insistentes a ver si convencía a aquel centinela de que yo era un
español legítimo, que acudía presuroso para sumarme a la Causa Nacional. Mas,
como yo no traía el salvoconducto especial exigido entonces, el guardia civil
me contestó que, cumpliendo órdenes estrictas, él, sintiéndolo mucho, no podía,
de ningún modo, permitirme la entrada. Con gran desconsuelo y desilusión, vista
la inutilidad de mi intento, no tuve más remedio que retirarme nuevamente hacia
Hendaya. Allí me enteré de lo que había que hacer para solicitar tal documento
"sine qua non", y, acto seguido, realicé los trámites oportunos,
creyendo que, al día siguiente ya tendría todo resuelto. No fue así, y, entonces, partí
para Bayona, donde tenía un conocido. Allí me esperaban nuevas decepciones.
XII.- Trabajos y penalidades.
Proposiciones. Hambre y cansancio. La oficina española. Mi entrada en España.
¡Pamplona!
En
Bayona, gracias a un amigo, pude "seguir tirando". En un buen día,
aunque recuerdo que era martes y trece, cuando nos paseábamos cerca del
"Café du Grand Balcon", observamos grande animación en los muelles.
Acercándonos al malecón, presenciamos estupefactos el embarque de tres tanques-oruga
en el "Vendaval", precisamente, adquiridos, yo no sé cómo, por el
Frente Popular ... ¡Esto, para que luego hable Francia de política de no
intervención!! ...
A los pocos días volví a Hendaya, comprobando con verdadera
pena que el salvoconducto imprescindible para entrar por lrún no me había sido
concedido aún. Ya, casi sin dinero, regresé a Bayona, donde unos refugiados me
dijeron que yo "tenía" que ir a Barcelona: el Consulado me pagaría
viaje y dietas, y, según me aseguraban, al llegar a Cataluña se me otorgaría un
buen puesto. No hace falta decir que rehusé tantos "regalitos"
indignantes, diciéndoles que yo no era catalán sino español. No faltó otro que
me dijese que "Francia era el sitio más cómodo para esperar
acontecimientos", puesto que allí podía verse libremente la prensa de los
dos bandos: del españolista y del rojo. A esto último contesté que resultaba
una vergonzosa cobardía.
-"El
buen español -les dije a tales sujetos- en España debe estar, suceda lo que
suceda. Así como a los buenos amigos se les conoce bien cuando uno se encuentra
en la desgracia, a los buenos patriotas se les ve cuando la Patria está en
peligro. Quienes obran emboscadamente son unos traidores".
Y
sin despedirme siguiera, me marché de
entre aquel grupo de antiespañoles.
Hallándonos una tarde en los muelles del Adour vimos al barco
"Galerna", de la "Pysbe", pero al servicio obligado del
Frente Popular, que se apresuraba a levar anclas en dirección a Bilbao. Los
pasajeros, en total unos 60, se encontraban ya a bordo (sin contar a unos 20,
aproximadamente, de la tripulación). Todos marchaban muy optimistas: además del
Presidente del S. R. 1., iba allí un aviador francés, de quien luego,
confidencialmente, me enteraron que era un tal Pelletier, inventor de un eficaz
procedimiento para arrojar bombas, por lo cual marchaba a ofrecerse al Frente
Popular de Bilbao. Funcionaron las sirenas y pitos y al salir el
"Galerna" hubo clamoreo de saludos y el consabido levantamiento de
puños, especialmente por los que se marchaban. Partía la embarcación con tan
suave deslizarse que cualquiera iba a pensar que horas más tarde sería apresado
por los valientes "bous" del Ejército español.
Por mera
casualidad, al pasar frente a un café pude enterarme de que en San Juan de Luz
funcionaba una especie de oficina que facilitaba el paso para España a quienes
mostrasen necesidad y deseo para ello, exhibiendo además documentación
personal. Inmediatamente me decidí a utilizar los servicios y ayuda de tal
oficina para entrar en España con la mayor rapidez.
Falto de medios
económicos, y, a pesar de mi extenuamiento, caminé carretera adelante, pensando
siempre en la España Grande, en la mujer que había quedado en San Sebastián y
en mis pobres padres soportando en Oviedo (¡quién sabe si vivos todavía!) todos
los horrores del espantoso y prolongado cerco a que les tenían sometidos los
infames mineros marxistas.
Después de
varias paradas que mi cansancio y debilidad exigían; después de haber andado, a
buena marcha, los 24 kilómetros que separan a Bayona de San Juan de Luz, llegué
a esta última localidad. Atravesando las animadas calles de tan simpática
población subí hasta N. E., y allí el Sr. D. de B., con una simpatía
personalísima, y dando pruebas del más acendrado españolismo, me puso toda
clase de facilidades, una vez que yo le hube relatado mis andanzas y propósitos
amén de exhibir mis documentos legítimos. Me procuró cómodo alojamiento hasta
el día siguiente, en que a las 12, gracias a dicho señor, pude trasladarme en
automóvil hasta Dancharia (Francia) y, de allí, previos los trámites
fronterizos de rigor pude pasar a Dancharinea (Navarra españolísima) donde,
luego de examinar detenidamente mi maletín, me rogaron pasase donde se hallaba
la policía; allí, un amable falangista me interrogó y conocí que no le había
causado mala impresión. En efecto, poco después consiguió asiento para mí en un
lujoso automóvil, en el que a toda velocidad partimos para Pamplona. Yo iba en
compañía de una aristocrática dama barcelonesa, con su reducida familia
(pertenecientes a Renovación Española); durante el viaje me contaron la serie
de atrocidades que forzosamente hubieron de vivir en Cataluña, hasta que élla y
sus dos hijos pudieron fugarse, en un barco extranjero, hasta Génova. Venía
magníficamente impresionada de Italia, donde se la había rodeado de toda clase
de atenciones.
Durante todo el
trayecto por tierras de Navarra hermosas banderas bicolores alegraban el ánimo.
Yo sentía, en medio del optimismo, gran debilidad física, pues los dos días
que, en Francia, hube de permanecer en ayuno forzoso me habían producido
marcados efectos. Mas las luminosas y excelentes impresiones recibidas ahora me
hacían resurgir completamente.
Al terminar
nuestra charla estábamos llegando a la capital de Navarra. Eran las tres de la
tarde, es decir, de una hermosísima tarde. Yo, que desconocía Pamplona, quedé
maravillado a la vista de tan hermosa ciudad, realzada además por el fantástico
aspecto españolista que presentaba: por doquier boinas rojas y uniformes del
Ejército Español, falangistas, benemérita, etc. etc.
En
la Plaza del Castillo saludé a D. T. R, hijo de D. F. R., en cuya casa de Bilbao
fui objeto de tan múltiples y constantes atenciones. Fuimos al Café Y allí
saludamos al ya popular falangista Paulino Uzcudum, quien nos contó, de manera
peculiar, sus andanzas.
Apenas
hube dejado a estos amigos, encontré a un fascista, antiguo compañero mío, y a
un joven de Oviedo, familia de S. F. (prisionero de los rojos en el Oriente de
Asturias), abogado que venía de Berlín y se dirigía a Oviedo para incorporarse
al Servicio Militar.
Aquella
noche hubo solemnísima procesión como acto de gracias por las victorias
obtenidas por nuestro Ejército.
Al
día siguiente tuve un nuevo y grato encuentro con J. A. O., Inspector-Jefe de
Primera Enseñanza y ex-director de un batallador diario, antiguo amigo, quien
me rogó conservase su incógnito, pues habiéndose fugado de entre los rojos en
un aeroplano que le había llevado hasta Bruselas, había regresado por Francia,
y temía peligrasen su esposa e hijos, quienes quedaban en Madrid. Conocí a este
señor en mis tiempos de normalista y Maestro en Oviedo.
Antes
de proseguir, he de manifestar que, desde el momento en que entré en mi querida
España, me he sentido como en mi centro y con una alegría radiante, dispuesto a
colaborar con todas mis potencias y sentidos en el Movimiento Nacional. Con
estos pensamientos me marché hacia San Sebastián, a donde llegué de noche, lo
cual no impidió que en sus calles notase un extraño bienestar y orden,
desconocidos allí mientras los del Frente Popular camparon por sus respetos.
Llegué
a mi casa y, no sin emoción, fui recibido por mis familiares, quienes me daban
hasta por muerto, y después de relatarles parte de mis correrías nos retiramos
todos a descansar.
Al
siguiente día, después de pasearme ampliamente para saborear el nuevo y
brillante aspecto de Donostia, tuve ocasión de contemplar un lucido desfile en
honor de los laureados héroes del Alcázar, cuya fiesta duró hasta bien entrada
la noche.
El
miércoles 21 (de octubre), con la mejor buena fe del mundo llegué a Beasain
para hacer mi presentación ante las autoridades. Una vez presentado al
Comandante Militar, me retiré tranquilamente. Deseando volver a San Sebastián a
presentarme a mis jefes profesionales, fui nuevamente a las oficinas militares
a pedir el oportuno salvoconducto. Se me denegó y además allí mismo, entonces,
un brigada de la G. C., basándose solamente en que yo tenía en el pueblo de
Beasain amistades de ideas izquierdistas (extremo muy cierto, pero no
delictivo; además también puedo demostrar que allí mismo tengo buenos amigos
derechistas); desconfiando igualmente ante lo insólito de mi viaje, dispuso que se me encerrase en el
insoportable calabozo, donde me han tenido
17 días! Sumido en horrible amargura y pensando todavía en la injusticia
de mi detención ...
He aquí cómo,
después de tanta peregrinación, hambre y fatigas para arribar a mi queridísima
y verdadera España, en sarcástica recompensa di con los muros de una cárcel. Al
fin, se me puso en libertad, pero todavía abrigo la esperanza de patentizar
claramente que yo no he debido de permanecer detenido ni un solo instante.
A pesar de todo,
sigo y seguiré siendo tan españolista o más que antes quizá, y, entre los
fragorosos cañonazos de nuestra gloriosa
Artillería nacional, que en estos momentos escucho en Mondragón, termino con un
viril ¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
Mondragón
(Guipúzcoa), dos de diciembre de 1936. Firmado: T. P.
Introducción
y transcripción: Antonio Castejón.
www.euskalnet.net/laviana
Antonio Castejón. maruri2004@euskalnet.net puxaeuskadi@gmail.com www.euskalnet.net/laviana
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